No dejes que tu corazón se endurezca

“No dejéis que vuestro corazón se endurezca” (Lc 21,34). Esta es la invitación que desde el Evangelio, recibíamos unos días antes de comenzar el Adviento. Desde entonces estamos recorriendo este tiempo preparándonos para su venida: revolucionando nuestra casa, haciendo el camino a Belén… todo para disponernos a acoger y recibir al Señor de la Historia que se encarna en nuestras vidas y en nuestro mundo. A unos días antes de celebrar la Navidad, no está de más preguntarnos una vez más… ¿Cómo anda mi corazón? ¿Estoy creciendo en ternura, sensibilidad hacia los demás, misericordia, compasión, humanidad? ¿En qué lo noto?

Porque sí; a todos nos pasa: si no estamos atentos se nos endurece el corazón… ¡Y con qué facilidad! Y es que no nos gusta sabernos frágiles y vulnerables, nos da miedo que nos hagan daño, nuestro instinto de protección nos lleva a querer evitar el dolor y el sufrimiento. Y está muy bien y es muy sano, porque el dolor no hay que buscarlo. El problema es cuando llega, llama a nuestra puerta, o la puerta de nuestro vecino, y no sabemos cómo recibirle. Porque nos incomoda no tener el control de la situación y vivir sin seguridades.

Por eso, normalmente tenemos nuestro corazón bien entrenado para sobrevivir adormecido a todo lo que acontece a nuestro alrededor, sin demasiadas alteraciones, sin dejarnos tocar por dentro o por lo menos, sin querer darnos cuenta de ello. Así, casi sin darnos cuenta, nos volvemos expertos en indiferencia; superficiales ante el dolor, sin llegar a ahondar por si acaso se me complica la existencia; con el corazón disperso, y tristemente, endurecido.

Quizás por esto viene Dios a nosotros de esta manera, como niño pequeño e indefenso… para desarmarnos el corazón y rescatar, con esa manera tan suya, desde dentro, la ternura que nos habita, nuestra mejor humanidad. Más adelante encontraremos al mismo Jesús que, ya con palabras y hechos, expresa y nos comunica cómo se duele profundamente Dios ante la dureza de corazón, la falta de misericordia y de humanidad (Mc 3,15ss).

Por eso, en estos días, sigamos despertando el corazón a la compasión y a la ternura. Porque sabemos que está ya muy cerca el Compasivo. Porque esperamos celebrar que la Bondad de Dios ha aparecido y se ha hecho presente en nuestro mundo, entre nosotros, y también en nosotros. 

Pocos días quedan ya para celebrar que el Dios del Amor viene a habitar nuestra vida, a compartir con nosotros la existencia, con todas sus encrucijadas y con todas sus grandezas. Él viene para quedarse, para habitar nuestro corazón… ¡Hagámosle sitio dentro! ¡Sigamos en camino! ¡Ofrezcámosle lo mejor que llevamos dentro, nuestra ternura, nuestra humanidad! ¡Vayamos al encuentro de este pequeño niño con el corazón abierto, despierto, dispuesto para el amor!
Nuestro mundo le espera y nos espera, aguardando esos pequeños grandes gestos de humanidad, que hoy más que nunca se hacen signo de esperanza. Una mirada, un abrazo, una sonrisa… que venzan las distancias. Un reloj que sepa detenerse para dar prioridad al encuentro con el otro. Disfrutar de la compañía y la presencia de los otros, acompañar a aquellos que más lo necesitan… con Él y como Él… ¡Con la ternura de Su Corazón!