Dime cómo miras…

Nuestra manera de afrontar cada día tiene que ver con nuestra manera de mirar.

Si miramos de forma interesada, solo nos vemos a nosotros mismos, y nos puede ocurrir como a los fariseos del evangelio, que solo nos preocupe “nuestra ley”, nuestro interés, que las cosas ocurran según nuestros esquemas, como queremos nosotros… Hoy en día es fácil vivir y mirar así, porque es la dinámica en la que por inercia entramos sin darnos cuenta –si no vivimos atentos-.

Sin embargo, también en el evangelio se nos regala otra mirada, y se nos recuerda algo importante: solo se ve bien cuando se mira con el corazón. Tal vez al leer esto, nos venga a la cabeza el personaje del principito, y es que la idea es bien conocida… ¡pero qué difícil vivirla!

 

Jesús, desde su palabra, sus actitudes, su manera de relacionarse con nosotros, nos ofrece una mirada diferente, que nos hace salir de nosotros mismos y dejar que los demás y la realidad que nos rodea nos toquen por dentro, nos toquen el corazón. La suya es una mirada atenta y comprometida, que va al fondo de las cosas, a la raíz. No se queda en la superficie. Ciertamente, no es fácil mirar así.

Él nos enseña a mirar con el corazón, a ser sensibles a la realidad, a no ser impasibles ni quedarnos de brazos cruzados. A no quedarnos con medias verdades, con la versión que más nos interesa y/o menos nos compromete. Nos enseña a mirar con libertad, y desde ahí, actuar con libertad, compasión y esperanza.

 

¿La mejor manera de aprender a mirar así?
Mirarle mucho y, sin reservas, dejarnos mirar por Él.