Decir adiós

Normalmente no nos gusta, y sin embargo, las despedidas, decir adiós, forman parte de nuestra vida, lo queramos o no, y nos posibilitan dar paso a algo distinto, un nuevo hola que espera ser acogido en tiempo oportuno.

Decimos adiós a nuestros seres queridos cuando atraviesan el misterio de la muerte. Decimos adiós cuando cambiamos de ocupación o nos marchamos a otra ciudad. Incluso decimos adiós cuando cerramos etapas importantes en nuestro camino. Son situaciones difíciles que marcan nuestra historia, que nos sitúan una y otra vez ante nuestra verdad más honda, nuestro yo más sincero.

No siempre podemos decidir el momento, pero en nosotros esta el poder elegir la actitud con la que vivir las despedidas. Dicen que estudiando sus rituales funerarios podemos llegar a conocer mucho acerca de cada civilización y cultura, su concepción del hombre y de lo divino. De igual modo me atrevo a pensar que también la actitud con la que afrontamos las despedidas expresa mucho de quienes somos cada uno, como persona y como creyente. Cada cual ha de encontrar su propio modo y manera.

Si tengo que decir adiós
quiero ser como la sal:
Desaparecer despacio,
sin ruidos, sin estridencias,
dejando junto con mi ausencia,
el buen sabor del encuentro,
de la entrega y del amor.

Si tengo que decir adiós,
quiero mirar y aprender,
de Aquel que supo ser pan:
sencillo, tierno, cercano,
eternamente donado,
Amor fiel y universal.