Nuestra Señora de los Dolores

murilloEsta es una escena que te detiene y te conquista, y especialmente hoy, nos hace entender las actitudes de la Señora de los Dolores que la Iglesia nos invita a mirar. La escena no se compone de mucho adorno, ni se detiene en representar detalles paisajísticos, es una escena que te conduce, te invita personalmente a que te adentres y formes parte de ella.

El color de fondo compuesto por marrones y ocres presenta un cielo que no es el que acostumbramos a mirar, no es cielo azul, soleado, claro… pero tampoco es oscuro ni tenebroso, es un cielo que te da la luz suficiente para que dirijas tus ojos directamente a lo importante: Cristo; para que te encuentres con este Jesús clavado en la cruz. Pero tampoco pretende que te quedes todo el tiempo ahí, paralizado, mirándole. No en este cuadro. De hecho, apenas se dan detalles de su mirada, no te permite acompañar sin más su sufrimiento… no, hoy no es para quedarnos ahí sin más… La escena nos conduce a otro lugar. Invita a que nuestros ojos sigan bajando, a hacer el camino de bajada. Y lo mismo que hacen los ojos hemos de hacer en el corazón.

Bajando podemos ver que de rodillas está María Magdalena, incapaz de soltar la cruz, totalmente arrodillada, abrazada al madero y con los ojos fijos en Él. Ella no puede evitar hacer memoria de todo lo que Él le ha desvelado. Ella no quiere soltarse de esa mano que la levantó y que ahora es la Suya la que está en alto, totalmente entregado, haciendo de sus palabras gesto concreto. Pero la luz tampoco se detiene en Magdalena, por tanto, sigamos andando por la escena.

El color rojo de un manto hace que nos fijemos en la figura de Juan, que con una mano sostiene el manto y que tiene la otra totalmente abierta. Su mirada también está fija en Jesús, y parece que está recibiendo de Él algo. Sí, le está diciendo las palabras del Evangelio: “Ahí tienes a tu madre”; por eso tiene la mano abierta, por eso aprieta con la otra el manto, símbolo que narra la acogida de la misión. La escena pide silencio, el discípulo está con el Maestro, ellos dos están hablando… Quien lo desee quédese ahí, hágase discípulo y acoja la entrega absoluta del Señor, que no se reserva nada, y que antes de entregar el último aliento de vida, entrega a su querida Madre.

Hoy nos vamos a donde el día nos conduce… con la Señora de los Dolores. Ella alberga toda la luz de la escena, porque así lo ha querido el autor. Para que después de mirar a cada uno de los presentes, incluido tú mismo, acabes mirándola a ella. Ella es la mejor escuela para entender al Hijo, pero también es la mejor escuela para aprender a vivir el dolor.

Está ahí, al pie de la cruz, escuchando cómo el Hijo la pone en manos de Juan. Con las manos apoyadas en el corazón, lugar donde lleva guardando todo lo vivido al lado del Hijo y de cada hombre y mujer de su pueblo. En el corazón de donde brotó su canto del Magníficat, que ahí junto a la cruz también recita, confiada en que Dios tiene algo que decir en esta escena también.

Sus ojos nos revelan la actitud que modela y hace permanecer, por eso el autor pone toda la luz en su cara, para que nos detengamos o acompañemos su mirada. Su mirada pasa por el Hijo: a Él no le quita la vista, a Él está unida… pero no se queda en el Hijo sin más, no se queda en lo de abajo, no intenta apoderarse del Hijo, sino que se dirige con los ojos hacia el cielo para encontrarse con los ojos de Dios Padre. Con Él está ella en esta escena, poniendo los ojos en la promesa que este mismo Dios sembró en su corazón.

¡Cómo no nos va entregar Jesús a la Madre, si hasta en lo que no hay palabras, hasta en el sufrimiento, sabe acudir al Dios de la vida, poner la confianza en Él!

Por eso hoy la nombramos como Señora de los Dolores, porque entendemos perfectamente cómo duele y descoloca el dolor, pero descubrimos que también ahí somos llamados, para recordarnos que ni el dolor ni la muerte pueden separarnos del amor de Dios, que nada de lo que vivamos aquí, en lo cotidiano, tiene la última palabra; que la última palabra la tiene Dios. Y esto es una promesa que nos ha sido revelada a todos por este Dios de vida, este Dios que susurra al corazón.

Gracias María por enseñarnos las actitudes de tu corazón, por mostrarnos el secreto de la mirada, y la postura de las manos adecuada. Sí, cuando algo duele es bueno que las manos vayan al corazón, a retomar lo experiencial, al fondo, a lo importante. ¿Y la mirada? La mirada ha de pasar por el Hijo, que es la puerta para el encuentro con Dios Padre, Misericordia y respuesta constante.