Esos pequeños «síes»

«Entró el ángel a donde estaba ella y le dijo: -Alégrate, favorecida, el Señor está contigo (…) El Espíritu Santo vendrá sobre ti (…) Respondió María: -Aquí tienes a la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra.«

A menudo me he preguntado qué sucedería en aquella casa, o cualquiera que fuese el sitio donde María sintió que su vida cambiaba por completo. Me cuesta creer en las apariciones como tal, pero definitivamente algo tuvo que pasarle a aquella muchacha, algo grande, pues si no es imposible entender todo lo que vino después…

Me gusta pensar en María como la mujer de los “pequeños síes”. Está claro que la vida puede cambiar tras un encuentro que llamamos “fundante”, de esos que marcan y no se olvidan, pero también creo que ese momento llega solo en medio de pequeños encuentros que sin darnos cuenta nos han ido transformando el corazón y predisponiéndonos al momento.

casas5Como digo, me gusta imaginarme a María como la mujer de los síes pequeños, en su casa, con sus padres y vecinos… Me gusta imaginarla dispuesta a ayudar a su madre en la cocina y las tareas de la casa, charlando con sus vecinas en el pozo mientras iba a por agua, atenta a aquel que está de paso en la aldea y no tiene mucha gente con la que conversar, dispuesta a ayudar al ciego, al enfermo, al pobre… aquellos que para ella tienen rostro y nombre pues viven en su entorno, dispuesta a aliviar algo de su sufrimiento… Me gusta imaginarla optando por los mismos por los que su Hijo optaría luego… y haciéndolo en lo más sencillo y cotidiano. ¿Cómo rezaría María? ¿Cómo sería su oración con Dios? Imagino que iría ganando en intimidad con el paso del tiempo y a medida que iba creciendo, imagino las distintas certezas que la irían habitando sobre un Dios que la quiere, la cuida y la protege.

Creo que su actitud ante la vida, su capacidad de dejarse interpelar, de la mano de esos pequeños “síes” que fue dando, la prepararon para el gran momento, ese por el cual no solo su vida, sino la de toda la humanidad, cambió.

Decimos que el Adviento es tiempo de esperanza y una esperanza que tiene su origen y objeto en Dios, pero que no es superficialidad, mera ilusión u optimismo, sino que es una esperanza que se nutre de la memoria de lo vivido, de las promesas cumplidas, del “Dios está aquí y yo no lo sabía”, del “era verdad, ha resucitado”, del “sólo sé que estaba ciego y ahora veo”, del “¿no ardía nuestro corazón?”…

Y es que la historia de María no es solo suya, sino también nuestra. Repetimos año tras año el tiempo de Adviento, decimos que queremos prepararnos para acogerle, y resulta que estamos en Adviento cada vez que optamos por uno de esos pequeños síes, por un gesto de entrega en lo más cotidiano de nuestra vida, que nos va preparando para dar cada vez un poco más. Definitivamente, Dios tiene una forma muy peculiar de hacer las cosas, a veces me hace hasta gracia mirar atrás y ver cómo se las ha ido apañando con lo que yo iba pudiendo dar, sin cansarse y guiando mi camino, igual que hace con cada uno.

Si me atreviese a proponeros algo sería precisamente eso, hacer memoria. Memoria de la historia que Dios ha ido tejiendo con cada uno, de tus “pequeños síes” quizás de ese gran Sí que también hayas dado, y de los síes (y para qué negarlo, también noes) que han venido después. Ojalá que el Adviento no nos pille resabiados, con la actitud de aquel que ya lo sabe todo o ya lo ha entregado todo. La vida de María nos muestra como la historia no se acabó de una vez y para siempre con el “Hágase”, nos muestra cómo vinieron otras muchas opciones después, hasta decidir quedarse a los pies de la cruz, y más allá, decidir creer en la Resurrección, porque algo le decía que ahí no había acabado todo… ¿Qué sigue pidiéndome hoy, aquí y ahora el Señor, que pequeño o gran Sí necesita de mí para hacerse carne en el mundo?

Llevamos a Dios en nuestro interior, y solo quien experimenta esto desde lo más hondo lo reconoce en otros. Quizás se trate de ayudarle a nacer otra vez, mil veces, darle luz en este mundo devastado. Porque el mundo entero está preñado de Dios y que bonito sería, en palabras de Etty Hillesum poder “desenterrar a Dios de los corazones de los demás”.

“Porque desde aquel primer “sí”, por bajito que lo pronunciáramos, la Palabra se hizo carne y puso su Morada en nuestra carne, y toda carne es su Morada, y se le parece, y el mundo está lleno de mujeres encinta”.

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