La humildad es la madre de la mansedumbre del corazón

“La humildad es la madre de la mansedumbre del corazón. Si cierras la puerta al orgullo, la ira no encuentra entrada. La brutalidad, la ignominia provocan esta enfermedad en los violentos. Pero la ignominia no alcanza al que practica la humildad.” (San Gregorio de Nisa)

Me dejo acompañar por estas palabras de San Gregorio de Nisa y permito que ellas me iluminen la cotidianeidad de mis días. No sé para vosotros, pero en mi cotidianeidad observo diversas reacciones verbales que contienen un alto contenido de ira, de malestar, de sospecha… muchas veces provocado por una comunicación que no se sostiene en la confianza, que no está apoyada en la búsqueda del mejor relato: el dinamismo del amor misericordioso de Dios. Son dinámicas que te invitan a la superioridad, a dejar al otro caído, en el fondo a mirar a los demás como causa de mi infelicidad, como problema que me asalta.

Entrar en la corriente de la Misericordia, propuesta que nos hace Francisco con este jubileo, es para mí, en primer lugar, acoger amablemente la pregunta por la humildad en mi vida. Pregunta que lleva ligada otras dos, la pregunta por mi libertad y la pregunta por mi pertenencia y amor a Dios.

En este camino de Cuaresma, no veo mejor manera que dejar que San Gregorio ilumine mis pasos, pensamientos y palabras.

La primera pregunta que me hago es ¿qué defiendo cada día, cuando percibo que estoy en lucha? Habitualmente cuando puedo detenerme y analizar qué busco, en el 90% de las veces, me estoy justificando. Estoy buscando aprobación exterior, estoy sospechando de lo que el otro piensa de mí. Y, ¿qué hago ahora que sé, que el antídoto para la irascibilidad es la humildad?

Traigo al corazón una pregunta que a lo largo de mis años me ha hecho mucho bien: ¿qué pasa? Si lo que comunico no gusta ¿qué pasa?, si lo que hago no gusta ¿qué pasa?… Esta pregunta me abre a un diálogo más profundo con el Dios libre de la Vida, me abre a reconocer que cuando pone sus palabras en mis labios yo no tengo nada que defender. Si vivo convencida de que lo importante es Él, lo importante es no soltarme de su mano y lo urgente para mí es caminar en diálogo profundo con Él. De modo que si fuera no se ve lo que hago o se persigue, lo importante es que yo no entregue más leña al fuego, es que yo sepa percibir qué le mueve al otro y le incorpore en mi oración con un deseo auténtico de hacer camino para Dios con él/ella. Lo más importante no es dónde quede yo, con mi imagen, con mis intenciones…, lo urgente es ¿qué voy a hacer yo con esto que nos ha pasado como alternativa al enfado? Porque ahí me estoy jugando la misericordia, ahí me estoy uniendo más a Dios o me estoy alejando creyendo que estoy a su servicio.

Una imagen inspiradora para mí en este tiempo es ver a Jesús en clave de donación constante. Jesús en su camino hacia el calvario, en su paso por las distintas confrontaciones que recibe, nunca entra en una dinámica de ira, siempre da un paso atrás y se coloca en clave de perder Él, para que el otro gane, posibilitándole el reencuentro, la confianza en Dios, seguridad en sí mismo, que gane en convicción para mejor servir al Padre.

Si nos dejamos llevar por la cultura del momento, está súper extendido y justificado el jugar a ser aceite con el agua, es decir, lo importante es quedar arriba. Defender, gritar, si es que eso ayuda a imponer mi criterio. Sin embargo, para mí, la clave mejor que podemos ofrecer hoy para alcanzar la paz y el descanso que de fondo todos deseamos, está en generar dinámica de donación, enclavada en el amor misericordioso que se mueve no desde la ira al descubrir lo que el otro ha hecho, sino conmovido por pensar en lo que le estará pasando para hacer esto. Y por tanto, conquistado en querer dejar todo para recuperar al hombre como sea. La pasión que motoriza el amor de Dios es atraernos hacia sí y, por ello, su corriente de misericordia no busca humillarnos por aquello errado, sino salvarnos de aquello en lo que hemos caído, rescatarnos para sí.

Qué garantiza por tanto una vida humilde, qué te sostiene en lo importante, qué te recuerda que no tienes nada que perder cuando vives constantemente ganada para Dios. Es entender de corazón que no tienes nada que perseguir, nada que demostrar, porque Todo te ha sido dado para vivir bien y hacer bien a los demás. Que nada permita que comencemos un camino de descenso, de bajada de nuestros pedestales, bajada de nuestro orgullo, y subamos con mayor hondura la mirada al cielo, detengamos nuestros ojos en este Cristo del calvario y pongamos nuestro corazón al servicio del amor gratuito y callado.