Si no lo creo, no lo veo

El Evangelio de hoy una vez más en esta Pascua nos ofrece un relato en el que se aparece Jesús resucitado. Los discípulos se llenan de alegría al verle y les va llegando la paz que necesitan, ésa que les saque del miedo que tienen y que les hace encerrarse ante el peligro que suponen los judíos; y también la paz que anhelan de Dios después de haberle abandonado tras la última cena: ninguno de ellos –salvo Juan- llegó hasta la cruz, ninguno afrontó el sufrimiento que se sobrevino, ninguno supo llevar su fidelidad hasta el final, y, sin embargo, llega Jesús y se pone en medio de todos ellos, se adentra en la situación vivida y dice “paz a vosotros”; sigue contando con ellos, y eso les calma y les alegra el corazón.

Sin embargo Tomás no estaba en ese momento, y no se llega a creer aquello que ha pasado. Nos es fácil identificarnos con Tomás, con su “si no lo veo, no lo creo”, porque la resurrección es difícil de creer, también hoy. Ante las situaciones mundiales que estamos viviendo, las guerras, los refugiados, la violencia contra los más débiles… alguien nos dice que la misericordia es más fuerte que todo eso, y surgen “dudas en nuestro interior”, como tantas veces nos recuerdan los textos de resurrección, nos cuesta creerlo, queremos verlo, y se hace patente que es difícil de ver.

Quizás es que esperamos mal, y que no acabamos de leer del todo el texto bíblico, o que no nos hemos enterado aún de la historia. Porque Jesús no se apareció a Tomás lleno del éxito que nosotros esperamos o con una alegría superficial e ingenua; había alegría, sí, pero lo que le muestra son las heridas, que no han desaparecido. Triunfar sobre la muerte no es un mensaje a flor de piel, sino dirigido a lo profundo del corazón. No son palabras de inmunidad frente a la dureza de la vida, sino de sanación, de fortaleza y de esperanza.

Cuando estos días leyendo los textos de las apariciones nos digamos, como Tomás, que si no vemos, no creeremos, preguntémonos qué esperamos ver, para que Él nos enseñe a mirar en lo profundo cómo la vida puede más que la muerte, y escuchemos las palabras que Jesús nos dice a cada uno de nosotros: “no seas incrédulo, sino creyente”, y eso nos lance con esperanza, disponibilidad y humildad al mundo roto, necesitado de cada uno de nosotros.