Un poema con Damián de Molokai

Compuesto por Fernando Vidal con palabras de las cartas de Damián de Molokai

La lepra ha comenzado a extenderse
Por nuestro archipiélago.
El gobierno se sintió obligado a excluir
A todos los infectados.
Enviados todos a un rincón de la isla de Molokai
Como a un exilio perpetuo,
Encerrados entre montañas infranqueables
Por un lado y por otro lado el mar.
Toda comunicación absolutamente prohibida
A no ser que uno se encerrara con ellos.
Mi mayor felicidad es servir en estos pobres rechazados
Por los demás hombres.
Procuro ser amigo de todos.
Me ha costado mucho acostumbrarme.
Ahora toda la repugnancia ha desaparecido.
No pretendo nada y quiero ceder en todo.

He estado conducido por no sé quién
A pequeñas cabañas,
Separadas del camino,
Para asistir a algún anciano
O a algún enfermo antes de morir.
¡Qué de miseria!
Miserias, tanto morales como físicas,
Me deshacen el corazón.
Ante todo, durante la tormenta
El corazón debe permanecer en paz.

No me reservo
Cuando se trata de ir a visitar enfermos
A siete u ocho leguas de distancia.
Aunque hay mucha pobreza y miseria,
Hay consuelos que yo nunca me había esperado,
Jamás olvidaré todo el bien que me han hecho.
En fin, ¿para qué ser ricos en el mundo?
Cuanto más desapegado estés,
Tanto más sentirás en el corazón.

¿Cómo llegar a tantas necesidades estando sólo?
¿Dónde voy a encontrar el dinero para los materiales?
¿Quién va a construir?
Pero ¿por qué llorar tanto?
Son los corazones los que deben ser ganados en primer lugar.
Consciente de que Dios no pide lo imposible,
Me lanzo con decisión a todo.
Dios no nos abandona nunca.
Hago todo lo que está en mis manos,
Pero ¿dónde están nuestros jóvenes de corazón
Generoso para venir a nuestro campo de batalla?
Rechazad toda duda, toda desconfianza y arrojaos.

“Cuando os envié sin bolsa, sin alforjas,
sin sandalias, ¿os faltó alguna cosa?”
Yo tendría que responder: Nada, Señor.