Una noche diferente

Antes de empezar a relatar la experiencia, cualquier persona podría intentar imaginar cómo se siente uno cuando se ve en la calle, pero está claro que eso no es posible, ni aun acercándote a ellos o viviendo un rato en su situación, es algo que hasta que te ocurre de verdad no puedes llegar a saber.

La noche comenzó con una emotiva charla con los chicos y chicas de Padre Damián, que nos relataron todas sus dificultades en la vida y circunstancias que les habían llevado a vivir en la calle. Es increíble cómo del día a la noche puedes verte en una situación como esa, en un abrir y cerrar de ojos te encuentras inmerso en un mundo distinto, en soledad y frío, en el que evadirse a través de las drogas es la solución más fácil. Cuando la sociedad te da la espalda y no permite que te integres en ella, e incluso pone piedras en tu camino, eres tú mismo quien opta por darle la espalda, por tratar de no verla e ignorarla.

Tras una visita al Centro de Emergencia Social (donde pudimos compartir un buen rato junto a las personas que esperaban para cenar), ante nuestro asombro, nos propusieron vivir unas horas como personas sin hogar, con nuestros sacos de dormir y mantas, recogidos en cartones para intentar aislarnos del frío. Aunque nosotros nos sentíamos “protegidos” sabiendo que tras esa noche volveríamos a nuestras casas con nuestras familias, podíamos llegar a vivir la experiencia de ponerse en su situación, sentirnos uno más de ellos, o uno menos de la sociedad.

Si algo desató para mí de las escasas tres o cuatro horas que estuvimos acurrucados un cajero o tumbados en la puerta del hospital fue la apatía de la gente, o más que eso, la dejadez. No me gustaría pensar que todas aquellas personas que entraban a sacar a dinero, o los médicos y enfermeras que salían a fumar, no tuvieran compasión, que no se les revolviera el estómago al ver a ese grupo de jóvenes en aquella situación. Pero la inmensa parte de ellos no hizo sino mirar a otro lado, ignorar una realidad que puede parecer lejana, como de otro mundo, pero que como te das cuenta al escuchar sus testimonios, cualquiera de nosotros podemos sufrir. No basta con compadecerse y sentirse apenado por el prójimo, sino actuar y predicar con el ejemplo, para hacer de esta sociedad un mundo más justo. En esta sociedad tan débil de valores, en la que el egoísmo y el egocentrismo están tan expandidos, debemos actuar y concienciar, mostrar la otra cara tan lejana para la mayoría, y que mejor forma que acercarse a ella. El simple hecho de hacer sentirse integrado a alguien ya es un estímulo propio incluso para ellos, una fuerza extra para seguir adelante.

Sin embargo no todo fueron malas caras, ignorancia o desprecio, también pudimos ver que aún hay mucha gente que no solo se compadece y emociona, sino actúa desde la actitud, desde el ejemplo. Ver cómo un chico se acercó en el hospital a preguntarnos qué tal nos encontrábamos, cómo habíamos llegado a esa situación y ofrecernos su propia comida, nos hizo sentir agradecidos, o más que agradecidos, esperanzados, como un rayo de luz entre la sombra imperante.

Manu (Estudiante de Derecho en la Universidad de Salamanca)

Participante en Molokai Salamanca