«Ahora te han visto mis ojos»

Llevamos toda la semana escuchando en las primeras lecturas la historia de Job. Un personaje bíblico al que es fácil entender y admirar por el camino que hace en su vida. Dios le conoce bien, sabe que es justo y honrado, apartado del mal, piadoso… y sabe que no caerá en la prueba, que no está a su lado sólo porque todo le va bien. Llega el momento en el que la confianza y la angustia se mezclan en Job mientras la vida parece que le da la espalda, cuando toda la teoría que sabe de oídas y que ha contado con firmeza a otros no le ahorran el sufrimiento ni el lamento desesperado por haber nacido. Tras muchas palabras de sus amigos y tras muchas preguntas de Job que parecen caer sobre la nada, sus argumentos se agotan… y aparece Dios colocando a Job en su lugar. El mismo Dios, orgulloso de su siervo Job, no ahorra ahora palabras para responderle a sus quejas y demandas, y recordarle que Él es el creador de todo, que el mundo es más grande que su mundo, que Él es el Señor. La experiencia de Job al pasar por la prueba no es la de haber aprendido más teoría sobre Dios, sino la del reconocimiento de su pequeñez ante la grandeza de Dios, que le permite, después de una larga vida, haber visto a Dios, conocerle.

Hagamos un hueco en este fin de semana y recemos con la historia de Job, que nos invita a reconocer nuestra grandeza y nuestra pequeñez ¿Qué me llama la atención? ¿cómo interpela a mi vida de fe? ¿creo de oídas o de mi propia experiencia?