El amor es el único lenguaje

Esta mañana, tras hablar con una recepcionista del centro de salud al que pertenezco, volvía pensando en cómo solemos hablarnos. Lo cierto es que vuelvo preocupada porque en lugares como los centros de salud o los hospitales, que son espacios donde todos tocamos con nuestra fragilidad, nos relacionamos con conceptos que a menudo no comprendemos. Estamos impactados por aquello que nos han diagnosticado, y sin embargo, la información, el trato, son fríos e incluso desagradable.

persona-mayorPor otro lado, este tipo de reacciones se encajan mejor cuando eres joven, porque hasta puedes solicitar que te traten y atiendan bien, pero, ¿cómo haces por enterarte, por llegar a donde necesitas, cuando tienes una edad avanzada y te hablan a una velocidad que no entiendes o dando por hecho que ya tendrías que saberlo?

¿Alguien puede hacerme el favor de parar unos minutos, salir de sus preocupaciones y mirar qué calidad de trato estamos dando, en lugares donde deberíamos ser expertos, profesionales de la amabilidad y el cuidado?

Escucho a diario grandes afirmaciones, como que lo importante es la persona, que el ser humano es digno… grandes slogans que dicen ¡Tú importas! ¡Te lo mereces! Sin embargo, descubro que estamos sumergidos en grandes frases publicitarias, con grandes mensajes que usamos sin contenido ni obras. Frases que cultivan un mundo presidido por lo económico, la medida calculada, la búsqueda de beneficios. De este modo estamos hacemos de nuestro trato una exigencia y de nuestro rico lenguaje un auténtico parafraseo sin contenido interior.

Toda esta situación me transporta a la vida cotidiana, en la que nos hablamos mal, vivimos rápido y damos por hecho que lo que yo tengo en mi cabeza, lo que yo digo, es entendido cien por cien; y que por tanto, cuando el otro no responde como espero, ya interpreto con cierta convicción que “no quiere hacer”, que “se está tangando”. La gran pregunta que me hago es: ¿dónde están las formas que hacen a cada persona lo que es, una persona única, digna de atención y escucha? ¿Dónde está la práctica de esa lógica que te invita a que trates como te gustaría ser tratado? ¿Dónde estamos poniendo nuestro hacer? ¿Dónde está nuestra humanidad?

Son preguntas que no quieren ser hirientes ni pretenden introducirnos en la dinámica de golpear nuestro pecho diciendo “por mi culpa, por mi gran culpa”, sino que buscan retomar, reconstruir hábitos de amabilidad, y que la hospitalidad sea nuestro lema, de modo que nos podamos experimentar dignos, bien tratados. Pretenden que el tiempo sea nuestro tiempo, donde cada minuto importe, donde viva presente en las cosas, siendo regalo regalado hacia los demás.

Percibo que estamos tan ocupados en sacar adelante nuestros intereses, que los demás son estorbos a los que soportar. Y por tanto, todo lo que sale es hablar y tratar mal. Si vuelvo a lo vivido en el centro de salud, me sale lo siguiente: si yo, estoy contenta/o con mi trabajo, y tengo clara cuál es mi finalidad, no es de recibo tratar mal. No es de recibo no informar. ¿Qué me hace no contribuir a dar la información, a facilitar una cita? ¿la cola de gente?, ¿el móvil por el que estoy hablando mientras tengo que atender a la gente enferma o preocupada? Quizás, con este ejemplo señalemos con el dedo a esta recepcionista por estar con el móvil, pero no es ésta la cuestión. El uso del móvil en el trabajo daría para otro campo de reflexión; la pregunta es: ¿qué hace que tenga que estar conectada fuera cuando tengo tanto que hacer dentro, aquí? Constantemente estamos deseando estar en lugares, experiencias, momentos que están fuera de lo que vivimos en el momento.

personasSi nuestros ojos sólo han quedado para atender a los videos o los grupos de WhatsApp mientras trabajo, no podrá haber respuesta agradecida a la formación que hoy en día recibimos para ser “grandes profesionales”, porque se nos ha olvidado que somos relación. Que, como seres humanos, necesitamos tratarnos bien, y que esto nos hace bien a ambas partes.

Hoy profundizo en aquellas palabras de Santa Teresa de Calcuta, cuyo legado es actual y se hace necesario recuperar en nuestros días: “el amor es el único lenguaje que todos entendemos”. Si trato bien, garantizo eficacia, rapidez, y además contribuyo a que cada persona se sienta bien en este mundo con sus semejantes. Yo mismo sentiré que tiene sentido el trabajo que desarrollo, porque al mirar a los ojos, descubriré que cada mirada tiene un brillo diferente, y que por tanto, sin buscar en Google, yo puedo descubrir que el ser humano es único e irrepetible, digno de ser tratado bien.