La cosa va de viñas

Tercer domingo consecutivo donde la Palabra nos habla de la viña… Y es que alguno podría decir: qué pesaditos estamos con el tema… ¿no podemos hablar ya de otra cosa?

Pues sí, podríamos, pero también sabemos que cuando algo es importante, nos empeñamos en repetirlo, una y otra vez, a veces incluso “machaconamente”… ¿Cómo nos aprendimos las tablas de multiplicar? A base de repetir… antiguo método pedagógico… tan antiguo que llega hasta los primeros escritos del Nuevo Testamento… (Ay si nuestros profes hubieran hecho caso de nuestras protestas ante tantas veces como nos hicieron repetir las tablas de multiplicar…). Pero, ¿qué pasa? ¿Por qué es tan importante este tema como para llevar tres semanas hablando de la viña con diferentes matices?

Situemos el evangelio de esta semana: los textos de la viña que hemos estado escuchando pertenecen al evangelio de Mateo (a partir del capítulo 20, es decir, cuando se narra la entrada de Jesús en Jerusalén y empiezan los últimos episodios de su vida). El “id vosotros a mi viña” de hace dos semanas, presenta el Reino de Dios tal y como lo entendía Jesús, invitando a todos a trabajar en él; la semana pasada concretaba un poco más asegurando que en ese reino cumplir la voluntad del Padre no siempre pasa por cumplir la ética judía (como pensaban los contemporáneos de Jesús); por eso la pregunta de: “¿cuál de los dos cumplió la voluntad de su Padre?”, una pregunta que trasladándolo al presente, podríamos decir que sigue rompiendo con las normas y mandamientos de muchos cristianos (también nosotros a veces) preocupados solo por cumplir.

El evangelio de hoy, obviamente escrito después de la muerte y resurrección de Jesús, está colocado en la entrada a Jerusalén como pista (“esto es lo que le va a pasar a Jesús si continua haciendo de las suyas en Jerusalén”); Mateo pone estas palabras en boca de Jesús para que el lector contemple la absurda paradoja de que es el propio Jesús quien está advirtiendo a los suyos que no se están enterando de nada, que él es el hijo del propietario de la viña, que nos hemos apoderado de la vida, que no es nuestra, que nos ha sido regalada por Dios para amar, y nosotros, como si de un mito o una fábula se tratase, hacemos oídos sordos y cumplimos lo que tanto temíamos… matar a aquel a quien le debemos la propia vida.

Con este evangelio se nos da una clave más en el recorrido que estamos haciendo en estas últimas semanas: la vida pasa por la entrega, por el vaciarse. Dios mismo se somete a esto, porque está descentrado de sí, vaciado (como decíamos hace pocos días con la reflexión que colgamos sobre las pobrezas de Francisco). Él es el primero en hacer hueco, en no estar atado a nada más que el amor… Su vida, inspiró la de Francisco de Asís, la de Teresa de Calcuta, Damián de Molokai, el Buen Padre y la Buena Madre, la vida de tantos santos y santas anónimos… podríamos pensar ¿qué sentido tiene entregarse hasta llegar a morir? Pero es que “si el grano de trigo no muere, no da fruto”, y la historia de la humanidad nos muestra como la entrega de Jesús dio el mayor fruto de todos: el sentido a la existencia del hombre, al porqué estamos en este mundo.

La Palabra sigue estando viva para nuestra sociedad hoy; se repite “lo de siempre”, pero siempre suena de forma nueva, con distintos matices… Pablo nos vuelve a escribir una carta a cada uno:

“Nada os preocupe […] presentad siempre vuestras peticiones a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos […]. Hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros.”

No hay más, tampoco menos; quizás en este recorrido por la viña que venimos haciendo, vayamos entendiendo el mensaje fundamental que se nos quiere transmitir: cuidemos la viña del Señor, trabajemos en ella, siendo coherente con nuestras palabras y nuestras obras, busquemos respuestas fuera de nosotros mismos, miremos a la cruz, al que entregándose por amor, nos mostró el camino que nos lleva a ser aquello que estamos llamados a ser, que buscamos y deseamos con un anhelo infinito.

“Solo por ti Señor, por estar contigo, y contigo, para otros…”