Confianza, alegría y capacidad de asombro

Confianza, alegría y capacidad de asombro. Son las tres actitudes que el Señor me regala al rezar con las lecturas de este domingo. La vocación de Samuel, ese que no conocía a Dios y necesitó de otros para hacerle ver que era Él quien le llamaba, aquel a quien escuchaba en su corazón… Igual que Juan Bautista, que supo quitarse de en medio y decirle a sus discípulos “a quien estáis buscando, está allí, id con él”.

El primer encuentro con Jesús, esos que se llaman “fundantes”, están caracterizados, como vemos en Samuel, Andrés y Pedro por la confianza. Se fían de la palabra de otros, se ponen en movimiento; no hay pereza alguna, el objetivo les merece la pena. Cuando lo encuentran (o Él les encuentra más bien), viven una alegría desmesurada. De repente no sabes por qué a ti, pero sí, a ti, el Señor te ha llamado, te ha amado, te ha elegido… ¡qué momentazo! ¡Podrías comerte el mundo! Y por último, tras ese encuentro, todo, absolutamente todo lo de siempre, se vuelve nuevo. No haces nada especial, no cambias radicalmente tu vida ni te conviertes en misionero/a, pacifista o integrante de ONG alguna, pero de repente, lo que siempre hacías, tu rutina, parece nueva, está habitada, tiene otro sentido, tiene SENTIDO.

Confianza, alegría y capacidad de asombro. Incluso después de muchos años, ¡incluso después de tantos años! “Porque desde aquel primer sí, por bajito que lo pronunciáramos, la palabra se hizo carne, y puso su morada en nuestra carne” y no ha dejado de hacerlo hasta hoy, aunque a veces lo hayamos olvidado.

Que no nos acomodemos, que no nos dejemos envolver por la pereza, que no creamos saberlo todo, Señor. Eso nos recuerdan las lecturas de hoy, que contigo, cada día, puede y debe ser como el primero, aunque la cruz pese a veces, tú nos encontraste y prometiste darnos Vida, y vida en abundancia, que no dejemos de fiarnos de ti.