Dios sana los corazones destrozados

Esa es la antífona del salmo de este domingo, que a mi juicio resume el contenido de las lecturas con las que hoy celebramos la Eucaristía.

Dios sana.

Especialmente, lo destrozado.

Que fuerza tiene esa palabra…. No dice lo débil, lo herido, lo roto (que también…), pero no, hoy la palabra es muy específica. Lo destrozado. Lo que “ya no tiene arreglo posible”. Lo que es mejor tirar, lo que está tan roto, tan deshilachado, tan brutalmente machacado, que ya no tiene remedio… Una vez más, lo que es imposible para los hombres es posible para Dios.

Hay veces donde sentimos que la cruz nos aplasta, que lo cotidiano se vuelve tedioso, que es imposible que de aquí salga nada bueno, que Dios no está, que no acompaña, que esto no tiene ningún sentido… El corazón se vuelve de hielo, la tarea nos aburre, lo que antes nos emocionaba y era suficiente, ya no lo es… Hay veces que efectivamente, el corazón está “destrozado”, y pensamos que hay ciertas cosas en nosotros, o en los otros, que no tienen remedio.

Y una vez más la palabra nos muestra que está viva. Es como si Jesús nos dijera… ¡Oye, no te olvides, que yo puedo… hasta con lo destrozado! Que “para esto he salido”, dirá justo el evangelio de hoy. Para eso estoy aquí, para llegar hasta donde tú no puedes.

Y volver a tener confianza en estas palabras es fundamental. En muchos pasajes Jesús nos lo ha dicho, incluso promete al final del evangelio de Mateo “estar con nosotros todos los días hasta el final”, y por eso envía el Espíritu, para mostrarnos una y otra vez, hasta que nos enteremos no solo con la cabeza sino con el corazón, “que el Amor de Dios, es mayor que toda clase de mal en la que el hombre y el mundo, puedan estar metidos”, que hasta lo más destrozado, tiene arreglo.

Pero si aún no te lo crees… hoy también te toca confiar en las palabras de otros.

Hemos tomado como punto de reflexión las palabras del salmo. ¿Qué son los salmos? Técnicamente decimos que son “la oración de la Iglesia”, pero ¿qué significa eso? Significa que fueron escritos hace mucho tiempo por hombres y mujeres que se sintieron así. En este caso destrozados, y que sintieron que Dios salió a su encuentro, que los levantó, que les ayudó a salir del pozo donde andaban, y quisieron poner esa experiencia en palabras, de forma que pudieran ayudar a otros.

Los salmos son la oración del pueblo de Israel, son más antiguos que el propio cristianismo, el mismo Jesús rezó con ellos. Con estas palabras han rezado millones de personas a lo largo de la historia, personas que compartían una experiencia, que han sentido que lo de Dios es verdad, que sana hasta lo destrozado. Si te cuesta trabajo confiar en Dios porque tu propia fe se ha enfriado o se ha vuelto excesivamente racional… ¿por qué no confiar hoy en la palabra de otros, que nos dicen: “no temas, el Señor reconstruye, Él sostiene a los humildes, no temas…

Teilhard de Chardin tiene una oración que me parece especialmente significativa para terminar esta reflexión sobre las lecturas de este domingo. Ánimo y… “adora y confía”

No te inquietes por las dificultades de la vida,
por sus altibajos, por sus decepciones,
por su porvenir más o menos sombrío.
Quiere lo que Dios quiere.

Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades
el sacrificio de tu alma sencilla que,
pese a todo, acepta los designios de su providencia.
Poco importa que te consideres un frustrado
si Dios te considera plenamente realizado,
a su gusto.
Piérdete confiado ciegamente en ese Dios
que te quiere para sí.
Y que llegará hasta ti, aunque jamás lo veas.

Piensa que estás en sus manos,
tanto más fuertemente cogido,
cuanto más decaído y triste te encuentres.

Vive feliz. Te lo suplico. Vive en paz.
Que nada te altere.
Que nada sea capaz de quitarte tu paz.
Ni la fatiga psíquica. Ni tus fallos morales.

Haz que brote,
y conserva siempre sobre tu rostro,
una dulce sonrisa,
reflejo de la que el Señor
continuamente te dirige.

Y en el fondo de tu alma coloca,
antes que nada,
como fuente de energía y criterio de verdad,
todo aquello que te llene de la paz de Dios.

Recuerda:
cuanto te deprima e inquiete es falso.
Te lo aseguro en el nombre
de las leyes de la vida
y de las promesas de Dios.
Por eso,
cuando te sientas apesadumbrado, triste,
adora y confía.