Somos con otros – Con las personas sin hogar

En este tercer artículo de «Somos con otros» nos acercamos a las personas sin hogar, una realidad que sigue siendo muy cercana en todas nuestras ciudades:

Podría iniciar este texto definiendo quién es una persona sin hogar y deciros que es muy difícil porque estamos un mundo complejo, no uniforme, compuesto por personas de edad, itinerarios y situaciones diferentes. Antes decíamos que los motivos que llevan a quedarse sin hogar, en el sentido más amplio, y vivir en la calle, eran acontecimientos especiales o historias de radical marginación. Ahora, las circunstancias que llevan a la calle pueden afectar a muchos, se han generalizado: un desahucio, una tensión familiar que no se resuelve, la pérdida del trabajo, una enfermedad, una adicción…, que con ausencia del apoyo necesario, a personas que llevaban una vida «normal» las convierte en personas desprovistas de todo. Sin olvidar que entre las personas sin hogar también se encuentran extranjeros, refugiados o excarcelados. Decir simplemente que vivir en la calle, contrariamente a lo que a menudo se piensa o se juzga, no es casi nunca una elección.

Os podría asegurar con vehemencia que No tener Hogar es más que no tener casa, en efecto, es una vida dura y peligrosa; es una lucha cotidiana por la supervivencia (cada año muchas personas mueren a causa de la miseria o del frío en las ciudades del mundo); es, sobre todo, caminar sin raíces afectivas, es sentir la indiferencia del entorno, es rodar de albergue en albergue con los pies llagados y el corazón zurcido por programas educativos y técnicos, por estrategias políticas y protocolos de no se sabe para qué…

Os podría convencer rápidamente de que tampoco se trata de una elección de libertad pues quien no tiene casa ni hogar vive una condición de gran vulnerabilidad porque está obligado a depender de todos, aunque sólo sea para las necesidades elementales, y está expuesto a las agresiones, al frío, a la humillación de ser expulsado de las calles, de los países, por ser considerado persona non grata.

Todo lo anterior y más es la realidad, pero en este momento para mí tiene sentido hablar de las personas sin hogar si os hablo de estas personas como lo que son: amigos y compañeros de camino. Vivimos haciendo tramos del Camino de la vida con estos hermanos y hermanas que tienen un nombre y rostro concreto. Tienen algunos de los capítulos de su historia muy duros y dolorosos pero, sobre todo, tienen el deseo de vivir dignamente y proyectan nuevos capítulos desde los sueños y desde los muchos dones y capacidades para realizar sus planes. Os hablaré un poco de todo esto:

Abderramán adolescente y juguetón camina con la mochila llena de sueños. Le abrieron un mundo de posibilidades sacándole de los campamentos del Sahara y trayéndole un verano de vacaciones a España. Regresó otra vez a España pero no de vacaciones con una familia preparada, sino a la “aventura” para estudiar. ¿Quién quiere acoger su sueño?

Ana que dejo la droga para recuperar a su hija de 2 años y se arriesgó comprometiéndose con el compañero de programa terapéutico. Salieron de la Casa para formar una familia feliz. Me hablan de ternura en el trato, de una mirada delicada con las heridas del otro para poder tener un proyecto común.

Fausto camina, lento, con el carrito maltrecho pero imprescindible. En él lleva el altar con sus devociones de buen ortodoxo. Lo expone a la contemplación, no esconde su fe. Se avergüenza de otras cosas (de beber y por eso no lo reconoce) pero tiene muy buen feeling con la gente que entra en el supermercado y al salir siempre cae algo en su altar. Me enseña a bendecir y no maldecir a los que se cruzan en nuestro camino.

Caminamos con Andrei que carga el bolso último modelo que sale en los anuncios publicitarios, porque le dijeron que esa era la libertad que ofrecía la Europa capitalista frente al modelo de su patria en la Europa del Este. Sueña con ser uno más en esta sociedad, no sentirse recortado en sus aspiraciones por ser pobre y extranjero.

Caminamos con la chulería de Pepe que sale de la cárcel orgulloso de haber “pagado” por el mal hecho; no se avergüenza de ser analfabeto, no se avergüenza de rezar a Dios y pedirle que le proteja. Sueña con no volver a delinquir, no volver a ser manejado y engañado. Olvidarse de la venganza y la violencia que sufre desde niño a base de ser valorado y contar con él.

Caminamos con Rosa María, a la que no le caben en las manos las maletas que lleva encima, llenas de Resiliencia-Resistencia, porque las necesita para caer con sus trampas y levantar una historia de proezas; para sentir la soledad, la pérdida y sacar lo mejor de sí misma; para sufrir el mal trato de sus parejas y la indiferencia con que la contempla el resto y no deshumanizarse.

Caminamos con Rima con las manos vacías; ella, que se ha pasado años en la invisibilidad, nos enseña a sentir evangélicamente la vulnerabilidad y la impotencia; respetar su silencio y para dejar que surja el momento de empezar a derramar lágrimas atrancadas por los hijos que la arrancaron los servicios sociales.

Me quedan tantos nombres y rostros para seguir hablando de perdón, de amistad, de solidaridad, de verdad, de agradecimiento o gratuidad. Seguiremos acogiendo y poniéndonos en camino con los que llegan con una simple bolsa de plástico muy arrugada pero que rebosa esperanza.