Adentrándonos en la vida de Enriqueta Aymer

Hoy celebramos la vida de una mujer. Una gran mujer cuya experiencia de Dios fue tan grande como su entrega a los demás por Él y por su Reino. Han pasado 184 años desde la muerte de Enriqueta Aymer, fundadora de los Sagrados Corazones, y la mejor manera de honrar su persona hoy es mirarla profundamente y preguntarle ¿qué nos dice tu vida hoy?, ¿qué hubo dentro de tu corazón que te llevó a la entrega total por Dios?, ¿cómo iluminas nuestro seguimiento y nuestro mundo? Somos muchos lo que intentamos seguir a Jesús, los que creemos que en Él y con Él podemos alcanzar la felicidad y el sentido de nuestra vida. Los caminos de ese encuentro no son fáciles, y a menudo, confundidos por nuestra propia inseguridad y miedo, olvidamos seguir esa Luz que nos precede. El Señor sabe de nuestra limitación y nos permite orientarnos en la noche de manos de hermanas y hermanos que son testigos significativos de esa fidelidad y encuentro con ÉL. Ese es el caso de Enriqueta Aymer, su vida nos puede ayudar a todos en ese camino, su experiencia es una pequeña luz que lleva a la LUZ. Adentrémonos en su figura…

 Nuestra historia nos marca y constituye…

Nació en un castillo cerca de Poitiers (Francia) el 11 de agosto de 1767. Pertenecía a la nobleza y fue educada para saber moverse en ese ambiente. En el siglo XVIII las mujeres de la nobleza y la alta burguesía organizaban en sus mansiones y palacios tertulias culturales donde se discutía sobre las ciencias, las letras y las artes, las nuevas ideas y la política. Nuestra protagonista fue preparada para brillar en esos ambientes. Cuentan de ella que desacataba por su inteligencia, sensibilidad musical y su capacidad de percibir los acontecimientos y a las personas en su verdadera profundidad. Aunque participó en el ambiente frívolo de la alta sociedad, siempre supo distanciarse e incluso ser indiferente ante aquellos eran excesivamente superficiales. Resultaba una figura interesante, que se movía adecuadamente en los círculos sociales, pero como ella misma revelará más tarde, esto la dejaba vacía e insatisfecha.

 

 …hay momentos cruciales que descolocan nuestra vida… 

En 1789 estalló la Revolución Francesa, esto supuso un cambio social, político y económico. El marco de las relaciones sociales fue perturbado, se produjeron grandes desordenes y conflictos. La Iglesia pasó a ser concebida como un estamento dependiente del estado, y los sacerdotes y obispos eran considerados funcionarios. Como era de esperar, eso trajo la división de la iglesia francesa, y aquellos sacerdotes que se opusieron a depender del estado fueron perseguidos, exiliados e incluso ejecutados.  Enriqueta y su madre formaron parte de esos creyentes que se preocuparon por proteger y esconder a estos sacerdotes perseguidos y por ello fueron encarceladas en octubre de 1794. Es fácil imaginar el desconcierto y el miedo en que vivieron en ese tiempo, la realidad se ponía difícil, y las perspectivas de futuro parecían limitarse a la guillotina.

 

…y siempre podemos elegir nuevas maneras de estar en el mundo…

Estuvieron encerradas en un antiguo convento, convertido en prisión, que se llenaba día a día con damas de nobleza. Estas mujeres intentaban mantener las costumbres de antaño, dedicando su tiempo a las tertulias, observando la etiqueta habitual y pensando que al final todo volvería a su cauce. Enriqueta se distanció de este ambiente y dedicaba su tiempo a pequeños trabajos manuales que facilitaban la vida en la prisión, a tratar a todas con amabilidad (lo cual le servirá al final para salvarse de la guillotina), a pensar sobre todo lo que estaba pasando, a rezar y plantearse su propia vida; nada parecía quedar de los brillos de los salones entre aquellas paredes en las que estaban recluidas, sin libertad y sin futuro.

En un momento de su estancia en la cárcel, sabiendo que podía encontrarse en cualquier momento con la muerte, se confesó, con el fuerte deseo de renovar su vida por entero, de decir siempre “sí” a Dios.

 

…Y cuando ponemos a Dios en el centro ya nada es lo mismo…

Tras un año de cautiverio, Enriqueta y su madre fueron puestas en libertad. Volvieron a su casa, pero ya nada fue lo mismo, Dios se había convertido en el centro de su vida y aun en medio de las penurias económicas y la vigilancia a la que eran sometidos los nobles, su corazón no tenía miedo y estaba lleno. Fue por entonces cuando conoció a el Padre J.Mª  Coudrin, fue con él con el que compartió la riqueza espiritual de su alma. Mutuamente se animaron a seguir los caminos del Evangelio y juntos fundaron la Congregación de los Sagrados Corazones, un grupo de hombres y mujeres consagrados a Dios, dispuestos a entregar su vida para que el amor de Dios sea conocido en todas partes.

Enriqueta nos ha dejado su riqueza espiritual, ese conocimiento de Dios que nos puede iluminar, llenar el corazón y satisfacer la vida:

  • Ella nos recuerda insistentemente que tenemos el don de la presencia del Buen Dios de manera que haciendo cualquier cosa podamos acudir a Él. Dios nos acompaña cotidianamente en nuestra vida, en nuestro día a día, puede que no nos demos cuenta, puede que nos pase desapercibido, pero está, y sólo pide que entremos “aunque no fuese más que un momento, en el fondo de vuestro corazón para adorarle allí; porque él ha puesto allí su morada y le gusta estar en ella”. Si el sentimiento de la presencia de Dios nos impregna el corazón van atenuándose poco a poco nuestros miedos, la inseguridad, el sin sentido… que tanto daño hacen al corazón.

 

  • Nos invita a actuar desde lo profundo de nosotros mismos: estamos llamados a ser hijos de Dios, y al desplegarnos desde ahí nos hacemos más nosotros, más auténticos. Lograremos mejor nuestro camino “por el ejemplo de una vida sencilla y humilde,” porque con sencillez podremos comunicarnos con Dios en verdad: “sin una gran sencillez, nada de dulces comunicaciones con Dios.”

 

  • Su vida nos recuerda que no hay circunstancias que nos puedan separar del amor de Dios y que podemos tener una vida feliz y un gran provenir si construimos nuestra vida bajo la mirada misericordiosa de Dios y preocupándonos de corazón por todas aquellas realidades del mundo, de los otros, que están en el centro del Corazón de Dios.

Enriqueta se dejó mirar por Dios… y Dios cambió su mirada, sus horizontes y su vida. Aprendamos de ella que no hay vida más plena que aquella que puede decir, de corazón: TODO POR DIOS, TODO EN DIOS, TODO A DIOS.