Beatificación de los Mártires ss.cc.

Celebramos la beatificación de los mártires…
¿Qué tiene esto que ver conmigo? ¿Qué me dice? ¿A qué me llama?

Celebramos este domingo 13, dentro del contexto del Año de la Fe, la beatificación de Teófilo, Gonzalo, Isidro, Mario y Eladio, mártires ss.cc. Una celebración eclesial nunca nos deja indiferentes, siempre es una oportunidad en la que Dios se hace presente interpelándonos. Profundicemos en ello para que Dios pueda hablarnos al corazón, a través de fragmentos de Javier Álvarez-Ossorio ss.cc. y de material ss.cc. preparado para este acontecimiento.

¿Valor?, ¿qué es eso?, ¿quién lo tiene?, ¿se trata acaso de la ausencia de miedo? Si no es así, ¿cuál es su antónimo, entonces?, ¿cobardía? Pero, si tanto el valiente como el cobarde tienen miedo, ¿qué les diferencia? ¿Quizá, las lágrimas? No, pues el valiente también llora. Puede que la diferencia sea la conciencia tranquila, la conciencia de “haber hecho lo que tenían que hacer” (Lc 17, 10).

La muerte de los mártires nos enfrenta, efectivamente, a aspectos tenebrosos de la naturaleza humana. Sus historias nos hablan de una violencia que llega al extremo de matar a personas indefensas. Ese odio mortal es generado por circunstancias muy diversas y difíciles de analizar. ¿Qué motivos impulsan a algunos a asesinar cristianos, religiosos y religiosas, sacerdotes? Sabemos que las ideologías excluyentes, la ambigüedad del compromiso público de la Iglesia, los rencores acumulados, los intereses de poder, los miedos y las fobias, y muchos otros factores jugaban un papel de peso en la sociedad española del siglo XX en la que fueron asesinados nuestros hermanos. Lo mismo se puede decir de la Francia de la revolución en la que nuestro Buen Padre decidió arriesgarse hasta la muerte si fuera necesario, y de la situación en París cuando las víctimas de la Comuna, y de los países colonizados en los que se mataban misioneros extranjeros, y de los países musulmanes en los que hoy en día se exterminan a los cristianos, y, en definitiva, de cualquier lugar donde se maten personas a causa de su credo. Lo “religioso” anda siempre enredado en las contradicciones de la existencia humana. No puede ser de otra manera.

La beatificación de los mártires no viene a disipar esta ambigüedad de la historia. No es un juicio que divida a los actores de este drama en “buenos” y “malos”. La alegría que nos proporcionan los mártires no es la de la “victoria” de unos sobre otros. No. Una beatificación es siempre una alabanza a Dios que manifiesta la maravilla de su gracia en la fragilidad de sus hijos e hijas. La alegría de los mártires surge del reconocimiento de esta “fuerza” de Dios, que es la fuerza de la caridad.

Dios no es ajeno a la crueldad de la historia. Su presencia activa y silenciosa hace que el asesinato de aquellos que mueren confesando la fe y perdonando a sus verdugos no sea una triste historia más, condenada a la impotencia y al olvido. Al contrario, la muerte de los que mueren porque creen en Jesús proclama que el amor de Dios, que nuestros hermanos profesaban y predicaban, es más fuerte que el apego a la vida, más fuerte que la misma muerte. Por eso el martirio puede ser recibido como un mensaje de esperanza para todos, tanto víctimas como verdugos. Un mensaje de alivio y de esperanza para el dolor de una humanidad siempre sufriente, que camina penosamente lacerada -ayer como hoy- por escenas de insoportable odio y crueldad. Un mensaje enraizado en la fe en Jesús, porque Jesucristo -que también fue mártir, a quien también mataron sin justicia y sin piedad- es motivo y fuente de reconciliación para todos. Desconcertante bendición de paz que surge de las entrañas mismas de la violencia más extrema. Solo el amor que perdona a los enemigos rompe las cadenas del mal. Solo la misericordia desbordante vence a la muerte. Solo Dios puede reconciliar y salvar a sus hijos dispersos. Solo el Padre da la vida a los que han muerto.

“Los mártires del siglo XX en España nos animan a ser testigos de la fe en medio de la dificultad de creer que afecta a muchos y a nosotros mismos”. Este es el martirio “blanco” al que todos estamos llamados. A pesar de las dificultades, hemos recibido la vocación de vivir como creyentes en el día a día, de hacer de nuestras vidas una humilde referencia a Jesús y a su evangelio, y de prepararnos a morir con la confianza puesta en aquel en quien creemos.