Realismo vs Mirada esperanzada

“Detrás de cada cosa, cada ser, de cada acontecimiento, hay una Presencia buena en la que se puede confiar”

Esta es la frase que me venía a la cabeza esta mañana, tras leer el Evangelio en el que Lucas nos describe la experiencia que tuvieron los discípulos de Emaús al encontrarse con Jesús Resucitado. Observaba cómo en un primer momento no podían imaginar que el hombre que les sale al camino era el mismo Jesús de Nazaret, y con todo el pasaje leído, meditado, contemplado, finalmente me venía esta afirmación que hace José Antonio García sj en uno de sus escritos: qué cierto es, que detrás de cada cosa, acontecimiento, ser, hay una Presencia buena en la que se puede confiar. Y esto es importante saberlo, porque poco a poco vamos siendo educados para la desconfianza, la sospecha, las lecturas cuestionadoras de la realidad. A día de hoy, que alguien te salga al paso mientras vas de camino, que alguien quiera acompañar tu trayecto, es algo raro, y me atrevo a decir que sería una realidad que a día de hoy no permitiría a nuestro Señor ser acogido, escuchado, etc.

Por otro lado, pensaba en que también, fruto de la sospecha y la desconfianza, vamos ofreciendo miradas que carecen de la esperanza de la que nos habla el Resucitado y vivimos convencidos de que nuestra mirada es “realista” porque nos adelantamos con la sospechas, porque todo lo comprobamos y nos cercioramos… todo esto me hace pensar: ¡Qué lejos estamos de la experiencia de Jesús! ¡Qué muro tan gordo ponemos con esta manera de vivir a la Gracia de Dios, al encuentro con la Vida!

Creo que si miramos a Jesús, se nos cae este pensamiento tan eficaz y cotidiano de la sospecha, unida al realismo, que como digo, es causa de los vanos encuentros con la VIDA Mayúscula. Jesús podemos decir que fue un hombre confiado, un hombre cargado de esperanza y portador de posibilidades, futuro, esperanza hasta en situaciones carentes de todo esto. Y sin embargo, no podemos afirmar que fuera un ingenuo, un optimista de la vida, como nos gusta decir ahora. Jesús, con su vivir y su morir, nos recuerda que en él realismo y mirada esperanzada, es una de las características transversales de todo lo que dijo e hizo, una de las notas de su filosofía del Reino. En él queda abierta la puerta de la posibilidad de vivir así, creyendo, acogiendo, confiando y a la vez teniendo presente la realidad de la vida. Tan peligrosa es la mirada realista en clave destructiva como la mirada entusiasta que no ve más allá y que todo lo ve posible sin detenerse. Encontrar el equilibrio entre la esperanza y el realismo es el reto de este tiempo de vida Resucitada, es la invitación para poner los ojos fijos en Jesús Resucitado.

Por tanto, quiero decir, que descubro que el Resucitado nos alienta a la confianza serena, me recuerda y me invita a mirar a mi alrededor como vida envuelta y atendida desde el amor y la ternura de Dios. Es un gran reto, teniendo reciente noticias como las de Kenya, Siria, Irak,… ¿cómo vivir en clave resucitada? ¿Cómo no desconfiar ante un mundo con tanto dolor y sufrimiento, un mundo con una realidad tan sangrante?

La lectura de la vida, así desde el efecto “mira la realidad”, “pisa la tierra”, genera en la vida cotidiana personas enterradoras de la esperanza en nombre del realismo. Muchas veces, enterramos la esperanza con palabras cargadas de pesimismo, pensamientos de vida arrastrada, negativa, crítica… Sin embargo, hay una confianza que apuesta por lo experiencial porque llena la vida de agradecimiento, de compromiso, de implicación, de un amor descrito tal y como San Pablo nos lo cuenta en su carta a los Corintios número 13: “El amor, todo lo cree, todo lo espera…”

Quienes van por la vida de realistas, críticos, etc. A veces destruyen reflexiones como la de San Pablo, que apoyadas en la experiencia agradecida del amor recibido, afirman que tienen esperanza en que se pueden hacer las cosas nuevas, podemos emprender el camino desde el comienzo, todo está ganado y no perdido… ¿Fue ingenuo San Pablo?, quizás mirando su vida, perdamos esa sospecha, al contemplar a un hombre que afirma que el amor todo lo puede, lo espera, o cuando nos dice que nada ni nadie puede apartarnos del amor de Dios. Él ha experimentado que Dios es bueno, providente, compasivo, él ha experimentado la confianza en Dios que aflora cuando todo va bien, pero también la fidelidad de Dios cuando experimenta flaqueza y tuviera motivos para no confiar. A San Pablo le brota esa confianza de una acumulación de experiencias de amor de Dios “memorizadas en su corazón”. Esta es la experiencia que provoca que haya gente viviendo en contextos de destrucción y sufrimiento dando la vida y agarrados a la esperanza que trae el Resucitado. Esperanza no es magia, no es cambiar las realidades que no nos gustan. El Resucitado nos dice “adelante”, confía, pon de ti conmigo en esa realidad que tienes delante.

En el encuentro con el Resucitado, en el encuentro con el Dios de la Vida, se regala, si así lo consentimos, la Confianza, que provoca una vida esperanzada. Experiencia que a su vez nos regala una herramienta fundamental para proseguir el camino: la experiencia de que todo lo hemos recibido y que el primer regalo que tiene el ser humano es una Experiencia de Amor incondicional, recibido, regalado. Somos creaturas fruto del amor de Dios. Ojalá, al concluir el día, nosotros quedemos tan sorprendidos como los discípulos de Emaús, al constatar que con sólo acoger a ese forasteros han metido en su casa al mismo Dios y él se les ha revelado. Ojalá nosotros también concluyamos nuestro día haciendo nuestras las palabras de San Pablo: “Sé de quién me he fiado”. Y así, nuestro día a día, nuestra mirada de la realidad se nos regale aterrizada pero la vez fecundada por la esperanza que ofrece Jesús Resucitado.