La dama de oro, la RESTITUCIÓN

adeleHace poco he visto la película “La dama de oro” que cuenta la historia de María Altmann, una mujer judía que tuvo que huir de Viena a California durante la Segunda Guerra Mundial, y que, tras muchos años, decide reclamar el patrimonio que le fue robado a su familia, entre lo que se encuentra el retrato de su tía Adele Bloch, un famoso cuadro de Klimt.

La película me ha hecho pensar en cómo vivimos el pasado, y la necesidad que tenemos todos de reconciliación, de colocar cada “cosa”, cada acontecimiento, cada experiencia, cada persona, en el lugar adecuado de nuestra vida, y me ayuda a tener presente a todas las personas que necesitan vivir este proceso.

Hay un momento en el que la protagonista reflexiona sobre la palabra “restitución”, y explica cómo el diccionario dice que es “devolver algo a su estado original”. Expresado así podemos tener la reducción de entenderlo desde una dimensión de pasado, y si algo tenemos todos claro es que en la vida no se puede rebobinar; estaríamos preguntando ingenuamente, como Nicodemo ¿cómo puede un hombre volver a nacer siendo viejo?, ¿podrá entrar de nuevo en el vientre materno para nacer? Y obviamente tenemos que responder que no, igual que a “La dama de oro” nadie le podrá quitar el robo ilegítimo, el abuso de poder, la herida familiar, la muerte…

¿Qué sentido tiene entonces restituir?, ¿es sólo una cuestión de “derechos”? Cuando la propia María Altmann lo ve así decide tirar la toalla, y a nosotros mismos nos puede pasar lo mismo. No podemos borrar la historia, eliminar lo que no nos gusta o deseamos que hubiera sido de otra manera… La vida se construye hacia delante, con los ladrillos de atrás y las estrategias y el cemento del presente. Ponerse de pie resulta imposible queriendo eliminar el pasado o volviendo atrás para hacer las cosas de otro modo, pero la restitución no habla de eso, sino de futuro, porque es ir al estado original, que no es anterior, sino lo “genuino” de cada persona. Nada ni nadie le pudo quitar al retrato de Adele Bloch su belleza, su resplandor, su mirada. Nada ni nadie puede borrar aquello que somos. Nada, “ni la muerte ni la vida, ni presente ni futuro, ni poderes ni altura ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios”.

Habrá muchas batallas que ganar, y otras que perder. De hecho a María y a Randy les lleva años de preocupaciones y gastos llevar a cabo su cometido, pero sabían por qué lo hacían. No estaban dispuestos a quedarse agazapados ante la injusticia, no iban a dejar que su pasado les siguiese sepultando. Lo más increíble, tanto en la película como en la realidad, es que su propio proceso de lucha ayudó a María a percatarse y a hacerse consciente de cómo –y cuánto- su corazón se había quedado atrapado en otro lugar, y sólo entonces pudo de nuevo traérselo con ella a casa.