¿Eliges elegirle?

Comenzamos el miércoles pasado el tiempo de cuaresma. Me gustaba escuchar en la Eucaristía de ese día que la cuaresma “hay que elegirla”. Ya la sociedad no nos invita a ella, como podía suceder antes. Hoy, si quieres vivir la vida con intensidad y sin pasar de puntillas por ella, hay que elegirla. Esa sería la primera pregunta a la que os invitaría en este domingo ¿Quiero elegir la cuaresma?

La segunda idea en la que me gustaría que nos parásemos es en el porqué de la cuaresma. A eso nos pueden ayudar las lecturas de hoy.

Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que devaste la tierra […] la señal de este pacto, será mi arco en el cielo”, dice el libro del Génesis en la primera lectura. El agua es signo de vida para el hombre. No podemos sobrevivir sin ella, pero resulta que aquí se vuelve signo de muerte; su exceso nos ahoga, nos lleva a la destrucción. Pasa lo mismo en nuestra vida. Vivimos rodeados de cosas que son buenas y necesarias, pero resulta que podemos aferrarnos a ellas hasta tal punto, que sean lo único que veamos, lo único que mueva nuestra vida; cuando pensamos que podemos darnos la vida, nos convertimos “en nuestros propios dioses”. Poco a poco, experimentamos que todo nos resulta insuficiente, siempre queremos más… Más reconocimiento de los otros, ser auténticos “influencers”, ser nombrados y queridos sin importar los cómos, destacar, impresionar, tener todo tipo de necesidades cubiertas… Siempre más. Acabamos “con el agua al cuello”, como en el diluvio.

Noé pidió ayuda para salir de esa situación, y Dios le respondió. El evangelio lo traduce con otras palabras “convertíos y creed en el evangelio”; no porque “seamos malos”, sino porque por nuestros propios medios, experimentamos que nunca tenemos suficiente, que siempre andamos insatisfechos, que la vida puede dar más de sí, y nos empeñamos en hacer lo posible para conseguir no-sabemos-qué. Hoy se nos da una alternativa.

El pacto de Dios, es el arcoíris, de modo que cuando sientas que “vuelves a ahogarte”, mires la luz que atraviesa el agua y forma un arco de colores; la clave aquí, es saber dónde ponerte para ver el arco, porque siempre que hay lluvia, hay luz travesándola, pero no se ve desde todos los lugares. Las situaciones de ahogo de nuestra vida, siempre, siempre, están atravesadas por el arcoíris, lo quieras o no. Solo tienes que levantar la cabeza y reconocer la presencia de Dios en medio de la dificultad. Porque hizo un pacto, con Noé, contigo y conmigo, “esto no te volverá a destruir, si te agarras a mí”. Ese es el sentido de la cuaresma, redescubrir esta promesa, desear aferrarnos a Dios, caminar con Él de la mano. Eso es “convertíos y creed en el evangelio”.

Un amigo me decía hace poco “en el fondo, sabemos perfectamente qué tenemos que hacer para poner la vida en manos de Dios, pero nos cuesta mucho dar el paso, porque eso exige abandonarnos en sus manos, mirar y querer como Él lo hace, y dejar nuestro “yo” por el camino, vivir “des-centrados”, que el eje que me ancla al mundo ya no sea yo mismo, y a nadie le gusta sentir que no controla su vida; por eso nos cuesta tanto el tiempo de cuaresma”. Lo que muchas veces no tenemos en cuenta en la balanza, es lo que ganamos cuando vivimos así, descentrados; no siempre alcanzamos a ver que nuestra vida se realiza y cobra sentido precisamente cuando menos nuestra es. En el fondo, optar por recorrer el camino de cuaresma es darte tiempo para experimentar esto.

“Se ha cumplido el plazo, el Reino está cerca”
¿Eliges elegirle?