Señor, ¿te has olvidado de nosotros?

¿Es que el Señor nos rechaza para siempre
y ya no volverá a favorecernos?
¿Se ha agotado ya su misericordia,
se ha terminado para siempre su promesa?
¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad,
o la cólera cierra sus entrañas?

Traigo a mi reflexión las palabras del Salmo 76, me golpean fuertemente hoy que celebramos el día de la vida consagrada. Festejamos que hemos sido llamados libremente a consagrar nuestra vida a este Dios que, con su libertad y su amor, nos ha atraído hacia sí, para junto Él y como Él, seguir ofreciendo su buena noticia al mundo.

Esto, que en nuestros círculos parece algo evidente, se convierte cada vez en algo más extraño, más lejano y hasta desconocido para nosotros mismos. Entre otras cosas, porque hoy no se escucha que nadie consagre la vida a nada ni a nadie, por tanto, cuando comunicamos que hoy celebramos nuestra consagración salen gestos raros, algo totalmente distinto a cuando decimos: “felicidades, hoy es el día de la sonrisa”, “enhorabuena, hoy es el día del abuelo, del padre…” Y, es que, además de que no se hable o se entienda, lo peor puede ser que nuestra vida no hable de vida consagrada.

Al compás de las noticias que van saliendo se nos escucha hablar y preguntarnos por este mundo nuestro, por esta sociedad que entre todos vamos construyendo. Con bastante frecuencia nos cuestionamos hacia dónde vamos, qué caminos nos esperan, qué podemos hacer para ofrecer solidez frente a lo líquido, qué queremos ofrecer en medio de tanta fragilidad, qué nos hace movernos de un lugar a otro, manejar agendas, hablar de todo lo que tenemos que hacer o de todo lo que hicimos cuando éramos jóvenes.

En nuestros labios aparecen palabras de siempre, pero que ya no están vigentes en nuestro estilo de vida. Hablamos críticamente de una sociedad que parece que nos incomoda, pero, sin embargo, estamos tan dentro de ella, que ya no sabemos diferenciarnos. Si hoy nos encontráramos con aquellos que recibieron el Espíritu y nos fundaron, ¿qué nos dirían? ¿qué pueden decir nuestras vidas a tantos que se bajan de ella por miedo a vivir, a tantos que no creen que la vida tenga un sentido?

Hablamos de increencia, pero no nos preguntamos a cerca de nuestra fe; hablamos y observamos de cómo los otros no son constantes o no se comprometen para siempre pero no nos hacemos la misma pregunta nosotros; hablamos de la falta de personas vocacionadas, pero no nos preguntamos sobre el compromiso con nuestra propia vocación. Se dice que existimos para comunicar al mundo que es posible vivir con radicalidad el evangelio, se dice que hemos dejado casa, hermanos, padre y madre, sin embargo, se nos ve muy apegados a todo lo que en el mundo nosotros criticamos.

Hay personas que comienzan a ver el final de la vida consagrada, poniendo toda la fuerza en la ausencia de personas que sigan sumándose a este estilo de vida. Y yo me pregunto, Señor, ¿te has olvidado de nosotros? ¿vas a dejarnos seguir así? ¿no vas a recordarnos que tu fidelidad dura por siempre? ¿no vas a grabar en nuestro corazón la experiencia de que no descansamos si no llegamos a ti? ¿es que nos vas a dejar así de perdidos, acomodados y cabizbajos?

En este mundo concreto Tú sigues ahí y sigues diciendo como la primera vez: “sólo yo basto”, “yo te completo”. Sigues gritando que hacen falta hombres y mujeres que quieren dedicar la vida con exclusividad a ir construyendo vida fraterna, a cuidar a los descartados, a educar apasionadamente, yendo a buscar al que esté más perdido, abatido… No somos grandes profesionales, pero Tú nos haces ser valientes, arriesgados y cargar con lo que nunca imaginábamos. Quizás no somos de palabras elocuentes, pero con el susurro de tu amor, nos haces gritar al mundo entero que nunca habrá un amor comparable al tuyo, que no se puede explicar, pero siempre se puede vivir.

No permitas que nos quedemos dormidos junto a esta sociedad, comprométenos con ella, pero haznos libres. No nos hagas buscar círculos de renombre y poder, haznos sencillos para que, en medio de una pobreza abrazada, seamos libres para liberar. Haznos hermanos de todos, abiertos y entregados al cuidado. Haznos hablar de ti, y no de nosotros mismos, permítenos vivir en el presente, con el hoy que es tuyo, y bájanos de los coches del pasado, de la auto referencialidad, bájanos de esos peldaños y súbenos a tus hombros, para que en medio de la sequía hablemos del agua viva de nuestro pozo, y en medio de nuestro caminar nos dispongamos a vivir con el amado y único Señor, que consagra toda nuestra vida y a cuyo servicio queremos vivir y morir.

Porque pase lo que pase en la sociedad, suceda lo que suceda con nosotros, lo cierto es que Sólo tú bastas y se puede vivir desde un “Heme Aquí”.