Y se transfiguró ante ellos (28-feb)

La liturgia nos ofrece hoy el relato de la Transfiguración del Señor. En él se nos narra el momento en el que Jesús sube a la montaña a rezar acompañado de Pedro, Santiago y Juan. En la Biblia la montaña es aquel lugar que representa la cercanía de Dios y el encuentro íntimo con Él. Va a ser allí donde Jesús se presente antes sus discípulos de una manera transfigurada, luminosa y con las vestiduras tan blancas que serían la envidia de cualquier anuncio de detergente para lavadoras. Jesús transfigurado conversa con Moisés y Elías. Pedro queda tan maravillado que no quiere irse de allí por eso propone hacer tiendas. Además, una voz del cielo resuena, es la voz del Padre que reconoce a Jesús como Hijo querido. «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.»

En cierto modo, también nosotros estamos llamados a vivir una experiencia espiritual parecida: tenemos necesidad de alejarnos a un lugar de silencio para escuchar mejor la voz de Dios para así llenarnos de su amor. Para ello nos vamos unos días de convivencia. Pero no nos quedamos allí para siempre, luego hay que volver a la vida, al día a día. Vamos de convivencias para llenarnos de Cristo y así volver con ganas de vivirlo en nuestro día a día, en el estudio, en la familia, con la gente…

Si Jesús se lleva a los apóstoles al Tabor y les concede vivir esta experiencia mística fue para prepararlos para que tuvieran la fuerza para afrontar lo que vendría después. Fue para llenarlos del amor de Dios que les ayudaría a afrontar las dificultades. La oración debe ser para nosotros la ayuda que nos impulse a afrontar la vida. Las “experiencias fuertes” de fe nos ayudan a recargar las pilas para vivir lo cotidiana, pero nuestra vida de fe no puede alimentarse solo de ellas. Es en el día a día donde nos vamos encontrando con el Señor y donde Él nos va ayudando con la cotidianidad de la vida, para que en ella vayamos sacando la mejor versión de nosotros mismos que es la de ser hijos de Dios