No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre (7-mar)

Acompañado de sus discípulos, Jesús sube por primera vez a Jerusalén para celebrar las fiestas de Pascua. Al asomarse al recinto que rodea el Templo, se encuentra con un espectáculo inesperado: Vendedores de bueyes, ovejas y palomas ofreciendo a los peregrinos los animales que necesitan para sacrificarlos en honor a Dios.

Jesús se llena de indignación. El evangelista describe su reacción de manera muy gráfica: con un látigo saca del recinto sagrado a los animales, vuelca las mesas de los cambistas echando por tierra sus monedas, y grita: “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. 

Jesús se siente como un extraño en aquel lugar. Lo que ven sus ojos nada tiene que ver con el verdadero culto a su Padre. La religión del Templo se ha convertido en un negocio donde los vendedores buscan “buenos ingresos”, y donde los peregrinos tratan de «comprar» a Dios con sus ofrendas. Jesús recuerda seguramente unas palabras del profeta Oseas que repetirá más de una vez a lo largo de su vida: “Así dice Dios: Yo quiero amor y no sacrificios”.

Aquel Templo no es la casa de un Dios Padre en la que todos se acogen mutuamente como hermanos. Jesús no puede ver allí esa «familia de Dios» que quiere ir formando con sus seguidores.

Casi sin darnos cuenta, todos nos podemos convertir hoy en «vendedores y cambistas» que no saben vivir sino buscando solo su propio interés. Corremos el riesgo de vivir la relación con el Misterio de Dios de manera mercantil.

Hemos de hacer de nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en la “casa del Padre”. Una casa acogedora y cálida donde a nadie se le cierran las puertas, donde a nadie se excluye ni discrimina. Una casa donde aprendemos a escuchar el sufrimiento de los hijos más desvalidos de Dios y no solo nuestro propio interés. Una casa donde podemos invocar a Dios como Padre porque nos sentimos sus hijos y buscamos vivir como hermanos. A Jesús le consume el amor de Dios Padre; ese amor lo lleva bien aprendido en sus entrañas, en su corazón, en sus palabras y en sus actos: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”.

¡Que nosotros, a ejemplo de Jesús, avancemos día a día, en el amor a Dios Padre y a los hermanos! ¡Ayudémonos unos a otros!

¡Que  Jesucristo, el Señor, nos ayude!

Francisco de Paula Piñero y Piñero, ss.cc.