Pero si muere, da mucho fruto (21-mar)

Son muchas las llamadas que el Evangelio de hoy nos hace. En mi corazón resuenan dos.

Nada más comenzar nos damos cuenta, que como en tantas ocasiones, hoy también recibimos la Palabra de la mano de “buscadores”. Corazones que en medio de su vivir cotidiano, movidos por ese anhelo de Dios que todos llevamos dentro, se atreven a pedir a otros: ¡Queremos ver a Jesús! El deseo de conocer a Jesús los pone en movimiento, pero la fuerza creativa del deseo no queda ahí, pues hace que otros también se muevan, busquen y ofrezcan la presencia y la Palabra de su Amigo.

Contemplar a estos hombres hace que me pregunte: Cuando no veo, cuando me cuesta encontrar en lo sencillo y pequeño de mi día a día al Señor de mi vida, ¿tengo el valor de pedir a otros su ayuda? Y cuando son otros los que desean y piden ese Encuentro, ¿me ofrezco? ¿me hago disponible? ¿Soy capaz de poner todos mis dones al servicio de Dios y las personas para que El pueda hacerse el encontradizo? o ¿pongo mil y una excusas?

El Evangelio continúa con una afirmación de Jesús que, por lo menos a mí, no me deja indiferente. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.

Al leer, escucho en mi corazón: Tu vida es fecunda, es posibilidad, es por mí y junto a mí, creadora. Miro mis sombras, mi límite, mi pecado… y me parece difícil dar crédito a esta afirmación. Sin embargo, Jesús nos regala la clave. Poner en juego TODO lo recibido. Abrir las manos para que la vida tome lo que necesite; y ahí, en ese momento en el que sienta que ya no tengo nada, que todo lo he ofrecido, experimentaré la vida.

Miriam Ozcoidi sscc