…y Dios no estaba allí

Me considero un gran aficionado y consumidor de la literatura actual, y lo mismo podría decir a nivel televisivo con respecto a las series del momento. Hasta aquí nada de interesante para el resto de los mortales. Lo curioso, a mí, al menos me lo parece, es que de un tiempo aquí, pongamos como marco temporal, la última década, vengo observando de manera sistemática algo que se cumple en un alto porcentaje, tanto en la narrativa escrita como en la cinematográfica y es la ausencia por completo del componente religioso, místico, espiritual, en una palabra, de Dios.

No es cuestión de citar y hacer publicidad gratuita a los grandes títulos de las novelas o de las series que han ocupado los primeros puestos en venta o en pantalla los últimos años. Baste con darse una vuelta mental por ellos y ver que ni en la trama, ni en el desarrollo, mencionan o hacen alusión alguna a esto que apunto.

Por eso me aventuro a pensar que este hecho guarda una relación directa con la falta de imaginario religioso de muchos jóvenes de hoy, de una ausencia preocupante de cultura espiritual, de un ensimismamiento personal que les imposibilita pensar y abrirse a la transcendencia. No se trata de culpabilizar a estos dos mundos que nutren culturalmente a los jóvenes de hoy, sino de constatar un hecho.

Pero, al fin y al cabo, de lo que no se lee, no se habla, y lo que no se ve no se hace materia de conversación, no se le dedica tiempo alguno, se acaba volviendo inexistente y esto sí que me preocupa, que los jóvenes de hoy, nuestras generaciones futuras, no tengan capacidad o inquietud para el encuentro con el misterio, con lo profundo, con lo espiritual, pues el acervo cultural con el que crecieron apenas lo tuvo en cuenta, no formó parte de sus vidas. No me gusta imaginar a hombres y mujeres que no han sentido la necesidad de cultivar los hábitos y las destrezas del corazón, que no han intuido, siquiera, que la felicidad tiene mucho que ver con cuidar y mimar su interioridad.

Sueño, deseo y rezo porque seamos capaces de cambiar el panorama actual, donde culturalmente seamos capaces de estimular la provocación de ese imaginario religioso-espiritual tan necesario, que pueda despertar experiencias de búsqueda, que despierte el deseo de encuentro con el “Otro”. Me gustaría que la manera de narrar culturalmente la vida en las próximas décadas recuperase ese halo místico-religioso que obliga a plantearse directamente el sentido de la existencia de cada uno, de manera individual, personal: ¿Tú para qué estás en este mundo?

Manuel González