Permaneced en mí (2-may)

Cuando los discípulos de Jesús le oían hablar y veían lo que hacía, teniendo en cuenta, además, que los había elegido para acompañarle y compartir su misión, seguro que soñaban con llegar a hacer también ellos grandes cosas. Podían pensar que, si Jesús los había elegido para ser sus colaboradores, cada uno de ellos podría hacer cosas importantes, conseguir producir buen fruto en su vida. Pero se equivocarán si pretenden orientar su vida desde sí mismos o lograr producir fruto ellos solos.

La imagen de la vid y los sarmientos, que usa Jesús para referirse a sí mismo y a sus discípulos, es bien clara. Solo unidos a Jesús y recibiendo de él la vida, pueden los discípulos llegar a producir buen fruto. Separados de él, ni producirán fruto, ni podrán vivir la vida que surge de Jesús.

El evangelio de Juan sitúa estas palabras de Jesús, en el discurso de la última cena con sus discípulos, cuando se está despidiendo de ellos, antes de morir, para que tengan presentes sus palabras cuando él ya no esté con ellos físicamente. ¿Cómo van a estar los discípulos unidos a Jesús cuando él ya no esté con ellos? La pregunta vale también para nosotros, llamados hoy a ser discípulos de Jesús: ¿cómo podemos estar unidos a él, como el sarmiento a la vid, para recibir su vida y dar fruto?

Jesús resucitado nos ofrece medios privilegiados para permanecer unidos a él para siempre: la celebración de la Eucaristía, la práctica de la oración, la lectura de su palabra, la pertenencia a la comunidad, el servicio a los necesitados, la cercanía a los pobres y a los enfermos, el perdón. Todo esto nos aleja del individualismo y de la prepotencia de pensar que podemos construir nuestra vida desde uno mismo y solo para sí mismo.

Si permanecemos en Jesús, él permanece en nosotros, nos va cambiando y hace que nuestra vida sea cada día más parecida a la que el Padre de Jesús y Padre nuestro ha soñado para cada uno. Ese será nuestro mejor fruto.

Aurelio Cayón ss.cc.