Cántaros vacíos

He podido participar en Roma en el inicio del Sínodo que, durante dos años, nos hará escuchar, reflexionar y discernir sobre “el caminar juntos” en la Iglesia. Además del encuentro con el Papa, que siempre es motivo de alegría y emoción, me he podido encontrar con muchas personas estos días, venidas de diferentes partes del mundo. Nunca pensé en la vida que trabajaría codo con codo con un obispo egipcio, por ejemplo.

Esta inauguración ha conllevado momentos de reflexión y de celebración. Uno de ellos ha tenido lugar en una reunión grupal. Un grupo diverso formado por varios cardenales y obispos, un joven, religiosos, misioneras y sacerdotes. Como una de las actitudes de la sinodalidad es la escucha, estuvimos por espacio de más de dos horas escuchando las inquietudes y esperanzas que albergábamos cada cual en su interior. El joven del grupo, Ariel, es chileno. Se ha hecho eco de las heridas de la Iglesia de su país. Y nos ha dejado un encargo: “No nos traten a los jóvenes como si fuéramos cántaros vacíos”.

Es difícil escuchar, mantener la atención, acoger lo que el otro me dice, sobre todo, aquello que no coincide con mis ideas o lo que no me resulta tan atractivo. Tratar a alguien como un cántaro vacío es verle sin posibilidades, incompleto, sin cumplir la misión para la que fue creado. En lugar de escuchar lo que el cántaro quiera comunicarnos, somos los otros los que pretendemos llenarlo con nuestras palabras, inquietudes y sabiduría particular.

Dios nos invita a la escucha continua. Da fe la Escritura: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6, 4). Nos iría mejor como Iglesia el escuchar, particularmente a los jóvenes. Hace unos meses hablaba con una antigua alumna, que ahora hace sus pinitos en Netflix, que me comentaba precisamente que la Iglesia ha de escuchar a los jóvenes. No decirles qué tienen que hacer. Simplemente con escucharlos, las cosas cambiarían.

Escuchar es dedicar tiempo al otro, sin prisas, con atención, convencidos de la riqueza que alberga en su interior. Dejar espacios de silencio para acoger aquello que recibimos y permitir que resuene, como agua no ya de cántaro de barro, sino de manantial. Eso sucedió al escuchar, en la emblemática Aula del Sínodo, a la joven Dominique Yon, del Consejo de la Juventud (Sudáfrica), que verbalizó el trance de haber superado un cáncer desde la fe. Su testimonio se convirtió en un mensaje que inundó la vaciedad de los cántaros de los adultos.

Fernando Cordero Morales ss.cc.