Habrá signos en el sol, la luna, las estrellas, y en las puertas también (28-nov)

La puerta metálica y automatizada que da acceso a nuestra casa no se quiere cerrar; tiene su propia voluntad. Los técnicos han venido varias veces para intentar repararla, pero no encuentran razón alguna para su mal funcionamiento; la dejan lista, funciona bien un par de días, y luego vuelve a las andadas. Parece cerrarse correctamente y, a punto de llegar al final, se detiene, dejando abierto el trecho suficiente para que alguien pueda pasar. Hay días en que se cierra como debe y, otros, sin embargo, permanece abierta sin razón aparente. Le hemos dado muchas vueltas al asunto y, por fin, hemos comprobado que el problema es el VIENTO; los días de viento, por poco que sople, no hay manera de cerrarla. Y me asombra que el viento, tan frágil como parece, pueda evitar que se mueva una estructura tan pesada como aquella.

Muchas veces nos hemos referido al adviento (adventus) como tiempo de preparación para la venida del Señor, como camino que nos empuja, nos guía, nos atrae hacia la Navidad, hacia el misterio del DIOS INSISTENTE, que nace una y otra vez, que no se cansa de nacer para “que todos los hombres y mujeres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.  Y ésta es, sin duda, la mejor explicación de este tiempo gozoso de esperanza para la humanidad.

Hoy podemos, no obstante, permitirnos jugar. Jugar con las palabras y traducirlas según se le antoje a nuestra alma. Ad-ventus: hacia el viento, para el viento, con el viento, según el viento … El adviento es siempre una ocasión; la ocasión de detenerte, de detenerlo todo en tu vida, para visitarte a ti mismo, encontrarte contigo y preguntarte hacia dónde vas, qué caminos recorres, cuál es tu destino … Y también para comprobar qué vientos te llevan o por cuáles te dejas llevar; qué vientos te rozan, te envuelven, te empujan, te tumban en este momento de tu vida. Brisas, monzones, ventoleras, tornados, viento del sur, tramontana … Hay vientos que nos empujan hacia la soledad, nos conducen hacia la riqueza, la fama, el poder y los mejores puestos; vientos que nos arrojan contra el suelo y no nos permiten caminar y avanzar hacia donde quisiéramos, y los vientos confortables de quien prefiere nadar a favor de la corriente …

A mí en este adviento me interesa un viento en concreto, el que no permite que se cierre la entrada de nuestra casa … El viento que vence las puertas, hasta las más pesadas, el viento que permite pasar, entrar y llegar … el viento que no nos permite encerrarnos en nosotros mismos, acomodarnos en nuestra propia seguridad, escondernos del mundo en el que Dios nace, hacernos extraños de los demás. El viento del Espíritu Santo que nos rescata de esa intemperie gélida que es el individualismo, el egoísmo, el materialismo, la mediocridad, … El viento del Espíritu que nos devuelve a Dios, que nos lleva de nuevo a Belén, que deja siempre abiertas las puertas del Corazón de Jesús en todos los momentos y circunstancias de nuestra vida. El Espíritu que nos mueve a DEJAR ABIERTAS LAS PUERTAS de nuestras vidas y nuestros hogares para que los demás nos puedan visitar, conocer, alcanzar, incomodar, … para que nuestra vida sea suya y la suya sea nuestra.

La puerta abierta de nuestro garaje ha dejado de ser un problema para convertirse este adviento en la PUERTA DE LA ESPERANZA.

Eduardo de Haza ss.cc.