¿Por qué me buscabais? (26-dic)

Este Domingo celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Se han dicho y escrito muchas cosas sobre la institución de la familia, sobre los nuevos modelos de familia, etc., y sin embargo, una vez más, ¡Dios nos sorprende! El Dios-con nosotros nos sale al paso y nos dice: ¡mira!, observa y contempla con atención la familia de Jesús, María y José; la Sagrada Familia. Puesto que Dios viene a llamar nuestra atención sobre varias cosas tan sencillas, tan naturales que, en medio de la complejidad de nuestro mundo y de lo cotidiano de nuestras familias, se nos pasan por alto.

Lo primero: los padres. María y José no entienden, pero expresan cómo se sienten, establecen un sano diálogo, escuchan, guardan en el corazón, aprenden. Y es que la Sagrada Familia bien podría llamarse también la sana familia. Una familia en la que se nos recuerda que cada uno debe estar en su lugar, sin mezclarse o fusionarse, y todos atentos a las cosas de Dios. Unos padres que enseñan y ponen límites a su hijo, pero que al tiempo le dejan ser y aprenden con él, le permiten separarse de ellos y crecer, aunque duela, aunque rompa sus planes o costumbres. Esto lo tuvieron muy claro desde el principio María y José, su hijo, siendo suyo, era fundamentalmente de Dios.

Lo segundo: el Hijo. Jesús no quiere dañar a sus padres a quienes ama y respeta profundamente, pero también busca y recorre su propio camino, atento a los planes de Dios. No chantajea, no pide protección o que le eviten las situaciones complejas que debe afrontar. Sabe que cuenta con ellos, pero debe escuchar dentro de sí la voz de Dios.

Por último: Dios. Un Dios que, por ser Trinidad, es en sí mismo familia. Un Dios que nos invita a contemplar a Jesús, a José y a María, como familia abierta a la Vida, que en su vivir, va creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres. Porque la familia, como bien sabemos y experimentamos, es, en general, nuestro núcleo fundamental de pertenencia y de incondicionalidad; pero es también escuela de vida y trampolín para salir al mundo y construir la familia de la humanidad, la familia de Dios.  Con sencillez, con humildad, en libertad y siempre en acogida de cada uno de sus hijos, especialmente de quienes más sufren y necesitan reconocer el abrazo de un Dios que es Padre y Madre.

Recibamos hoy la invitación de la Palabra a hacer silencio y contemplar, lejos de discursos y modas. Miremos la Sagrada Familia y miremos nuestra propia familia, también sagrada y querida por Dios. Demos gracias por cada uno, por nuestra propia historia de madres, de padres, de hijos, de hermanos. Y reconozcamos que todos somos hijos de Dios, llamados a estar atentos a “sus cosas”, a sus maneras, que son las que construyen siempre familia y hogar.

Gema de Paz ss.cc.