Este es mi hijo, el amado (9-ene)

Con este evangelio nos puede surgir la siguiente duda: ¿Qué me importa a mí el bautismo de Jesús si apenas me acuerdo del mío y no sé si sirvió para algo? Pero, resulta que sí. Que, sin saberlo, desde que fuiste bautizado recibiste una luz, una “fuerza”, la fuerza del Espíritu Santo. Quizás por eso, tu vida no va desencaminada del todo. Quizás por eso, has tenido coraje para superar unas cuantas tentaciones, quizás, por eso, desde entonces, tu vida es alegre y camina en alguna dirección.

Lo que hoy estamos diciendo, mejor dicho, lo que el evangelista Lucas te quiere decir es que Jesús se plantó donde estaba Juan el bautista: ¿dónde estaba Juan el bautista? La arqueología nos indica que Juan bautizaba justo en la parte del río Jordán, donde siglos atrás, entró el Pueblo de Israel a la Tierra Prometida. Entonces, Juan, con sus palabras y con su presencia, les estaba diciendo a los Israelitas que debían volver al punto de inicio, convertirse y volver a nacer, para “resetear” el sistema, para volver a conectar con las promesas de Dios. Por eso Jesús tenía que pasar por ahí. Cruzar el río y volver a sumergirse en sus aguas para entrar en una vida nueva. Pasar de la muerte a la vida, sumergirse para entrar en la plenitud de los Hijos de Dios, para ser criatura nueva.

Lo que ocurrió allí confirmó todas estas cuestiones. El Espíritu del Señor estaba con Jesús, el Espíritu Santo iluminaba o resaltaba la presencia del Mesías. Y, a su vez, Jesús entendía que tenía que ponerse manos a la obra. Que había llegado el momento de dar a conocer a su Padre a todo aquel que quisiera escucharlo. La voz ahora se hace fuerte y clara: “Este es mi hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”.

Ahora ya sabes cuál es tu misión inmediata: recuperar tu bautismo, ponerte a la escucha de Jesús. En la medida en que vives escuchando a Jesús, interiorizando su palabra, actuando con sus valores, orando al Padre como Él hacía, tu vida se va conformando con la vida de Cristo.

Joaquín Garre ss.cc.