Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír (30-ene)

A la hora de acercarme a un texto de la Palabra, a veces me ayuda imaginarme otras “versiones” de la escena que describe, haciéndome mucho más consciente de lo expresivos y sugerentes que son los pasajes bíblicos.

Este domingo el Evangelio comienza con las palabras con las que terminaba Jesús el domingo pasado, presentándose como Aquel que trae un tiempo de bendición, de prosperidad, de gracia. Son palabras alentadoras, llenas de esperanza, tan necesarias también hoy… Sin embargo, el texto describe a continuación la admiración y la increencia de aquellos que las escuchan. No están dispuestos a acogerlas, al menos así, de primeras.

Tal vez la reacción de la gente hubiera sido distinta si Jesús hubiera realizado, además, algún milagro. Una curación, quizás algún pequeño signo, para terminar de convencer a aquellos que no ven en él más que al hijo de José. Tal vez así se hubiesen adherido a Jesús, le hubiesen creído. O tal vez no.

Jesús no opta por una apología de la fe que nace de lo extraordinario. Al contrario, pone al descubierto las falsas expectativas de grandiosidad y poder que impiden en sus contemporáneos una fe verdadera. Y enaltece la fe sencilla de los marginados, extranjeros, leprosos… Esto supone una provocación tan fuerte para los que le escuchan, que incluso intentan acabar con su vida, porque Jesús no responde a la imagen de mesías que tenían.

Personalmente este Evangelio me invita a revisar mi fe, mi relación con Jesús y las expectativas que pongo sobre él. Atreverme a nombrar con claridad la imagen que tengo de Dios, y con confianza, pedir y dejar que sea él mismo quien ilumine y ponga verdad, aunque sea con palabras duras y provocadoras. Me invita a pedir, con humildad, el saber escucharle y reconocerle, sin exigir, sin dar por supuesto, sin desfigurar… fiándome de su Palabra.

A ti, Señor, quiero acogerme, a tu bendición, a tu bondad, a ti que eres Bien.
No quede yo derrotada para siempre, cegada y sorda por falsas esperanzas.
Líbrame de mí misma, ponme a salvo con tu luz,
aunque con ella descubras mis oscuridades, mis exigencias, mis expectativas…
A ti, Señor de lo cotidiano y de la Vida con mayúsculas, quiero acogerme,
porque sé que Tú, desde siempre y por siempre, me acompañas y sostienes.

María del Mar Pérez ss.cc.