Domingo de Resurrección (17-abr)

Toda nuestra fe se basa en la resurrección de Jesús. Todas las ilusiones suenan bonitas pero cuando están tocadas por la muerte parecen una mala broma. Jesús ilusionó a sus discípulos con su reino, con su fraternidad, con la victoria del bien frente al mal. Pero su asesinato, el dominio de la muerte en definitiva, devolvió a sus seguidores a la triste realidad: el amor no es posible. Pero la resurrección de Jesús significa que la desilusión, el miedo, la decrepitud no tienen la última palabra. Podemos asentir a la propuesta de Cristo, incluso podemos arriesgar la vida, porque Jesús nos da la libertad ante cualquier enemigo: somos libres de la muerte se presente como se presente.

Pero ¿cómo acceder a la verdadera experiencia de Cristo resucitado?

  1. QUERIENDO: María Magdalena va al sepulcro porque el amor -que es de la misma dimensión que la fe- le hace apostarse a la vera de quien le quiso, de quien la nombró, de quien la salvo. Encontrarse con Cristo precisa de renunciar a tus propios postulados para quererle a Él, solo a Él, y en la manera que quiera presentarse a Él. Y como el amor es siempre comunicación acude a la Iglesia. Busca a los apóstoles. Su ansía de Dios no le permite dejar a Dios ser Dios y no sabe interpretar el sepulcro abierto. Necesita de los que anduvieron y saben de Jesús.
  2. CORRIENDO: Juan y Pedro salen corriendo. La noticia de Jesús requiere levantarte de tu comoda situación y romper la barrera del miedo. En la comunidad siempre hay quien corre más, siempre hay quien tiene el corazón más rápido y -como Juan- llegan antes. Se sabe que un “espiritual” además es cristiano porque como Jesús, no hace nada sin la comunidad y no tiene por privilegio su “visión” sino como servicio para el verdadero cuerpo de Cristo que le hace ser aparición en este mundo: su cuerpo, la Iglesia, la comunidad.
  3. ATESTIGUANDO: Pedro -la gran Iglesia- siempre tarda más pero tiene un papel fundamental: atestiguar conforme a la vida de Jesús, conforme a los ojos del Espíritu que está en la tradición de los hermanos, que estamos ante la presencia de Cristo, tal como Cristo quiso, y no como te parece a ti, o a tu circunstancia. La elegancia de Juan no teniéndose por privilegiado, y la constancia del lento Pedro que tiene realmente un papel universalizador, nos hace saber y comprender que Cristo está vivo y cómo lo está.

 

Ninguna de las apariciones que se narrarán en los evangelios estos días se producirán sin referencia al domingo, a la comunidad reunida, y al magisterio que atestiguará que este que ha estado con nosotros es Jesús.

Si quieres renovar tu fe también tú debes ser arriesgado y quererlo como María. Buscarlo de verdad. Tendrás un camino personal y a golpe de corazón como Juan y tendrás que preguntarle o mirar a aquellos que corren más y con todo. Pero serás incapaz de no engañarte si al final no aceptas humildemente la mediación de la lenta comunidad que atesora la verdad absoluta pero no espectacular, sino humilde y cotidiana que alberga el paso lento pero verdadero de la palabra y la eucaristía. Ahí está ahora Dios: como siempre la Iglesia, “la Iglesia toda” lo atestigua.