Pentecostés (5-jun)

El evangelio que hoy proclamamos en este día de Pentecostés nos hace volver de nuevo al “día primero”, el de la resurrección de Jesús. En el pasaje leemos que al anochecer de aquel primer domingo Jesús se presentó en medio de la comunidad y sopló sobre ellos el Espíritu Santo. Hay muchos símbolos del Espíritu Santo: el fuego, la paloma, el agua, el aceite, la imposición de manos, la nube, etc. Sin embargo “soplo”, “aliento”, “viento”, “espíritu” es su nombre propio. Y en el evangelio es “aliento” de Jesús Resucitado.

Vengo de tierras donde el viento condiciona la vida, y siempre me sorprendió su fuerza, su lucha contra todo lo que está arraigado, o se opone a él. Silba en las ventanas mal cerradas, como agua que se colara por las grietas. No deja nada en paz, inquieta, aloca.

Sin embargo, en el evangelio al “aliento” de Jesús le acompaña la palabra “paz”. Los discípulos, con las puertas cerradas, estaban en paz. Sin embargo, la paz que trae este “soplo” debe ser diferente, quizás trastoque la vida y a la vez la centre, la ponga en su sitio. Seguramente tiene que ver con compartir vida, misión y destino con Jesús y dejar atrás el pecado de creer que la vida me la puedo construir yo solito sin ninguna referencia al “Espíritu de la Verdad”, que me susurra con cariño quién soy de verdad y qué estoy llamado a ser.

Será la paz del caminante, no del que tiene todo bajo control; será la paz del que se hace compañero, no del que cierra su corazón para no verse herido; será la paz que fructifica del “sí” comprometido de María, la Virgen, y no la que deja las cosas como está, la del “no” del joven rico, paz que vuela triste y sin rumbo.

Reza: ¡Ven Espíritu de la paz que inquieta, Soplo que barre perezas, enséñame la verdad de quién soy a los ojos de Dios, edúcame en la escuela de María para decirle “sí” a Dios, y esté pronto a ser testigo del Señor de nuestras vidas! Amén.

José Luis sscc