“¿Es todo es compatible, todo cabe??” (12 – FEB)

Mateo (5,17-37):

Recuerdo recientemente varias conversaciones informales donde ha salido este tema de lo contracultural de la fe, y de que parece que uno puede confesarse cristiano, pero después eso está separado de lo que haga, de cómo actúe, del planteamiento que tenga y del testimonio que esté dando de su vida. Es más, a veces parece que hay que actuar como la sociedad te dicte y si no es así, como mínimo tendrás que justificarlo:

¿Qué ocurre si alguien se casa y tiene hijos muy jóvenes? ¿Está desperdiciando su vida? ¿Qué sucede cuando los compromisos de la parroquia están por encima de continuos planes de fiesta? ¿No estás tirando por la borda su juventud y el tiempo de ocio, que es valor supremo?

Es curioso, porque desde la Iglesia antigua la conversión de la gente provenía del testimonio de los cristianos. No eran vidas perfectas, como no lo son las nuestras ahora, pero sí es cierto que cuando la persona busca llevar al día a día aquello que cree y profesa, su vida toma fuerza, atrae y pone de manifiesto una autenticidad y coherencia que, sencillamente hacen que otros se interroguen sobre la fe, se descubran queridos y cuidados de forma especial, deseen conocer a Cristo y su mensaje y quizás, si se da el encuentro, seguirle en su vida. 

De esto es de lo que nos habla el Evangelio, de comportamientos concretos propiamente cristianos que, sin la ayuda de Dios, de su gracia, solo por nuestros méritos no son posibles ni practicables, ni lógicos humanamente hablando. Visto desde la 1ª lectura del Eclesiástico, te pone directamente ante la tesitura, anunciando que es esta vida llevada con fidelidad, no de cualquier manera ni cualquier otra, la que lleva a plenitud: Ante los hombres está la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera.

Nosotros por nuestro bautismo estamos llamados a vivir la dimensión profética, como un modo precioso de hacer presente al Señor: No creáis que he venido a abolir la ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. El profeta tiene entre sus características ser el menos reconocido y no por eso deja de ser el más importante. 

La figura más trascendental a veces es la más oculta; se manifiesta desde la debilidad, para que lo que tenga fuerza sea la Palabra, no la propia persona. ¿La persona es coherente con lo que dice? Entonces, la palabra se hace carne, se hace realidad y Cristo se hace presente entre nosotros. Es la forma de reconocer al verdadero profeta, a partir de la vida, más allá de lo verbal, de lo que diga. Se trata de hacer vida lo que dice.

El verdadero profeta habla del verdadero Dios que ama con locura a los hombres. Es el creyente que entrega su vida en el día a día, que pide perdón, que se reconcilia con su hermano, que hace o expresa lo que intuye procede del Señor, aunque no sea lo que él haría o diría por sí mismo; aunque esto le ponga en apuros o le comprometa. Por esto, la gente detecta realmente al verdadero del falso profeta. Entonces sí, podemos preguntarnos: ¿Es todo es compatible, todo cabe?

Nacho Domínguez ss.cc

reflexion evangelio 12 febrero