ESCUCHAMOS LA PALABRA
“Saulo, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, autorizándolo a traerse encadenados a Jerusalén a los que descubriese que pertenecían al Camino, hombres y mujeres.
Mientras caminaba, cuando ya estaba cerca de Damasco, de repente una luz celestial lo envolvió con su resplandor. Cayó a tierra y oyó una voz que le decía:
«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?».
Dijo él: «¿Quién eres, Señor?».
Respondió: «Soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tienes que hacer».
Sus compañeros de viaje se quedaron mudos de estupor, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo llevaron de la mano hasta Damasco. Allí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber.”
REFLEXIONAMOS
Podríamos decir que Pablo odiaba el cristianismo. No entendía, ni creía. Para él los cristianos eran una secta que había que eliminar (¿te suena familiar esta forma de hablar de los cristianos hoy?) Nadie podría haber convencido a Pablo de que estaba equivocado. Necesitó al propio Dios. Necesitó un encuentro. Necesitó experimentar que Dios existe, que Jesús era quien decía ser, que la muerte no es el final de la vida… Necesitó experimentar que era Verdad.
¿Qué necesitas tú para creer, o para afianzar tu fe?
Si eres de los que aún caminan con dudas, quizás sea el momento de que le pidas al Señor que te haga ver, como a Pablo.
Que descubras que lo de Dios, es verdad, y te está esperando.
Terminamos rezando juntos un Padrenuestro.