Yo quiero vivir así

Hoy la Iglesia celebra la Jornada Mundial de las Vocaciones, y reconozco que me hace reflexionar. No es la primera vez, ni mucho menos, que pienso en la vocación, pero en esta ocasión lo hago en este contexto concreto que vivimos. Estos cincuenta días me han hecho pensar hacia dentro y hacia fuera. He pensado en el mundo, en las diferencias que sigue habiendo entre unos y otros; he pensando en mi vida, en mi historia, en mi fe; he reflexionado sobre los sacramentos, especialmente la Eucaristía, tras tener la suerte de poder celebrarla online día a día; he vivido con más intensidad el tiempo y lo que hago –o no- con él; me ha ocupado la vida colegial, las clases a distancia…; he mirado “desde fuera” la multitud de actividades pastorales de nuestro día a día y de verano; me he preguntado sobre cómo cuidar la fe de los alumnos y familias, sobre qué será más importante y más oportuno; he pensado en qué es lo esencial; he estado cerca del duelo y de la enfermedad, sin saber qué decir; he notado en mí el cansancio y la desgana, la capacidad de hacer el bien y el mal. Y he pensado mucho en la vida comunitaria y la vida religiosa, que, sin duda y, como todos, hemos notado el confinamiento. Porque, por si alguien lo dudaba, no estamos acostumbradas a estar juntas continuamente sin actividad ni contacto con personas, así que ha sido un reto del que espero que podamos sacar, al menos, algo bueno.

Y en medio de todo esto llega el día de las vocaciones, que siempre es un tema recurrente, sobre todo desde la preocupación y el fatalismo. Creo que no podemos negar que, desde muchas congregaciones, no nos deja indiferentes. Pensamos en cómo llegar a los jóvenes, reflexionamos sobre la sociedad, el compromiso hoy en día, la experiencia de Dios… Lanzamos actividades, compartimos en las redes, cuidamos experiencias de interioridad, de grupo, de voluntariado, fortalecemos la identidad congregacional, rezamos, esperamos, lo dejamos en manos de Dios, nos emocionamos, nos decepcionamos…

Cuando en el colegio me preguntan de dónde nace mi vocación -siempre tengo la sensación de que buscan historias extraordinarias- llego a una experiencia muy simple (aunque luego lo cuente más adornado): ante diferentes personas religiosas me escuché diciendo “yo quiero vivir así”. Ni más ni menos, y eran personas de barro, de mucho barro, igual que yo. Claramente hay bastantes más elementos, historias, procesos, experiencias… Pero ese “yo quiero vivir así” es, si no esencial, como poco, central.

En mi vida diaria convivo con muchas personas: niños, adolescentes, jóvenes, jóvenes no tan jóvenes, familias… Y con relativa periodicidad me pregunto, ¿alguien querría vivir como nosotras vivimos? Las respuestas varían – no voy a mentir- según el día y los ánimos, pero hoy doy un paso más y me cuestiono ¿deseo que alguien viva como yo vivo? Y esta pregunta me abre muchos pensamientos. Me trae al recuerdo una conversación tenida hace unos meses con una trabajadora social a la que pedí que recibiera unos días a una alumna que quería conocer más de cerca ese trabajo, ella me contestó “por supuesto le podemos hacer un hueco (…), que ella vea cómo es la atención directa a los usuarios que atendemos (…) hay que atender a las nuevas canteras de lo social”. Aquello, que no dejaba de ser un extra en su trabajo, dejó relucir en ella, y yo lo capté, un deseo muy simple: yo quiero que haya gente que se siga apasionando, como yo, por esto. De la misma manera, en estos meses he estado cerca de varias mujeres embarazadas y deseando estarlo, hemos vivido miedos, alegrías, dolor, lágrimas, emoción… Procesos nada idealizados, pero sí llenos de una humanidad en la que se transmite, sin pretenderlo, pasión por una opción de vida que se desborda en llamada fuerte hacia fuera: ¡esto es verdadera vida!

Todos, en mayor o menor medida o consciencia, deseamos que los demás sintonicen con nosotros en aquello que nos hace vivir. Esto no tiene por qué convertirse en reducir mi vida a que otro también la elija, pero creo que sí mide un poco la pasión que tenemos por aquello que hemos elegido. Me doy cuenta de lo poco que digo, claramente, que a mí, simplemente, me gusta mi vida. No sólo por lo que hace, que también; no sólo por el testimonio que puede llegar a ser, que también; no sólo por respuesta a una llamada que no se puede transmitir con palabras, que también. Sino en sí, porque, como dicen los adolescentes: PORQUE SÍ. ¿Estaremos perdiendo fuerzas de tanto explicar por qué la vida religiosa tiene sentido? Yo no soy religiosa, en esencia, porque tenga sentido, sino porque me gusta serlo (y espero que nadie entienda este me gusta, como un like superficial más). Y sí, sin vergüenzas ni complejo de “pescadora”, me gustaría que hubiera más gente que se uniera a este estilo de vida, sin porqués, que cada uno ponga los suyos. “Venid y lo veréis”.

Marina Utrilla ss.cc.