Si no veo, no creo (11-abr)

Muchas personas dicen no ver a Dios. Aún más son lo que le intuyen pero no quieren verlo o dejarse ver por él. Pero en nuestra existencia son muchos los indicios de que Dios quiere algo contigo… si le dejas. El evangelio de este domingo tiene algo que decirnos con respecto a estas situaciones. Veámoslo:

En primer lugar para ver a Dios hay que aceptar que algunas cosas no se ven bien con los ojos. No es algo solo de la fe: el amor, la amistad, los valores están en nuestro mundo pero no se dejan atrapar por miradas simples. La fe, el salto de la fe, te permite ver más allá de lo material, de este espacio y de este tiempo. Te permite ver y comprender el pasado. También proyectar un futuro con algunas certezas; las que te da Dios. Y -como los apóstoles que tenían las puertas cerradas- la fe te permite ver a Dios a tu lado.

Pero una vez que quieres admitir que Dios te vea, se produce una segunda situación: a veces no quiero verlo. ¿Por qué? Algunos no quieren admitir que ven a Dios o dicen que creen que solo hay algo… porque Jesús en su vida la revolvería. La presencia amorosa y luminosa de Jesús nos descubre aspectos de nuestra vida que no queremos cambiar o que nos da miedo afrontar. Así prefiero no sentir cerca a Cristo porque Él me llevaría muy lejos… y acabo perdiendo perspectiva. No quiero cambiar. Y así dejo de leer la biblia, prefiero no ir mucho al grupo o comunidad (Tomás no estaba con ellos), rechazo el acompañamiento… no quiero que de pronto, como a los apóstoles Él entre en mi habitación y me dé su propia vida; su Espíritu.

Otros piensan que su vida es tan sucia, tan pobre, tan mala, que ni merezco ver a Dios ni Dios debería verme por dentro. Eso debieron pensar los apóstoles que se escondían y se encerraban. Pero aun así Jesús te busca quiere estar contigo y te ofrece la paz, que no tengas miedo y el perdón de los pecados. El amor de Dios resucitado de la muerte, es más fuerte que el mal que tú puedas sentir en ti. Él atraviesa todas las barreras para acogerte en todas tus dimensiones. Una y otra vez te tranquiliza y repite: paz, paz, no tengas miedo. Y no hay sitio tan escondido ni tan malo de tu corazón que Él no pueda acompañar y sanar. Por eso ofrece también Jesús a los apóstoles el perdón de los pecados. El dejar que sacramentalmente Dios toque y limpie tu corazón para que puedas verlo y ver tu auténtica naturaleza de hijo bueno.

Pero existe una tercera situación: es la de aquellos que han visto al Señor pero no quieren fijar su mirada en Él. No quieren que Cristo sea su Dios. Por eso necesitan volver a la comunidad como hizo Tomás y reconocerle en el centro de tu existencia. No se trata de reconocer que “algo como Dios habrá”. Ni siquiera que Dios es importante. Más aun, para no perder la imagen de Dios, Él no es ni siquiera lo más importante entre otras cosas. Es tu fundamento: tu Dios. Por eso Tomás le dice Señor mío y Dios mío. Es el que te permitirá ver tu futuro, tu pareja o no, esta vocación u otra, el verdadero carácter al que estás llamado, dónde has de vivir, a quién te has de acercar. Si no ves a Cristo como a tu Dios, empezaras a andar lento, a perder su figura a ir borrando la imagen de su presencia. Cuando ves a Dios o te vas con Él o empiezas a quedarte ciego.

Da el salto a querer verlo. Acéptalo. Es tu plenitud. Por que donde quieras que te escondas o te extravíes el siempre te ve. Pídele verlo. No dudes que Cristo atravesará todas las barreras y te dirá: “que la paz esté contigo; no temas; siempre te miro”.

Silvio Bueno ss.cc.