Y mi Padre lo amará (22-may)

Escuchamos en este VI domingo de Pascua un fragmento del discurso de despedida de Jesús durante la Última Cena. En el fragmento, que escuchamos, Jesús nos hace un ofrecimiento en nombre de la Trinidad. Nos ofrece morar en nosotros, establecer una relación de amor con nosotros. Y esta relación se va haciendo posible en la medida en que dejamos que la Palabra vaya disponiendo nuestro corazón para ser morada de la Trinidad. No se trata solo de acercarnos a la Palabra para saber sobre Dios o para buscar principios morales, sino para que al leerla y meditarla una y otra vez nos vaya transformando. La Palabra es quien nos va convirtiendo y moldeando nuestro corazón para acoger a Dios. ¿Meditamos la Palabra de Jesús? ¿Tenemos un trato frecuente con ella, la vamos interiorizando? ¿Le pedimos a la Trinidad que more en nosotros y nos llene de su Vida y su Amor?

EL Señor también nos anuncia que nos dejará al Espíritu Santo, que será quien nos lo enseñe todo y nos irá recordando todo lo que Jesús nos ha dicho. Nos vamos preparando así para celebrar en los sucesivos domingos la Ascensión del Señor y Pentecostés.

Ser cristiano es una decisión personal que exige nuestra libertad y nuestra voluntad. Vivir como cristiano no es algo que se consiga de una vez, ni para siempre, es un camino que hay que ir recorriendo a lo largo de nuestra existencia, dando respuesta a las situaciones que la vida nos va planteando y discerniendo conforme a los criterios evangélicos. El cristiano a lo largo de su vida va connaturalizándose o haciéndose más parecido a Jesús.

Pero, todo esto no depende, aunque sea necesaria nuestra libertad y nuestra voluntad, solo de nosotros mismos. Necesita que dejemos obrar al Espíritu Santo en nosotros. Jesús había dicho a sus discípulos que el Padre no niega el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan (Lc 11,13). ¿Le pido al Padre que envíe el Espíritu sobre mí?, ¿cuántas veces le rezo al Espíritu Santo para que me enseñe y me recuerde a Jesús, su vida y sus palabras, para ir haciéndolas mías? ¿Nos atrevemos a pedir al Padre el Espíritu para que nos vaya uniendo al Señor y haciéndonos más parecidos a Él cada día?

En el texto que escuchamos hoy, una vez más Jesús nos anima a no tener miedo, a vivir en el amor y la alegría y nos promete que nos deja su paz. Todos estos son frutos del Espíritu Santo, que obra en nosotros. ¿Se lo pedimos?

Los Evangelios nos relatan la diferencia que hay en los discípulos antes y después de encontrarse con Cristo resucitado, antes y después de Pentecostés. No cambia la situación exterior que les había llevado a encerrarse por miedo. Son ellos los que han cambiado, porque se llenan del Espíritu Santo. Los Hechos de los Apóstoles nos van narrando las dificultades que tienen que ir afrontando. ¿No deberíamos pedir al Espíritu Santo que nos habite, nos de sus frutos y nos haga afrontar la vida a la manera de Jesús, en vez de pedirle a Dios simplemente que cambie las cosas que nos rodean y nos incomodan?

A veces buscamos en la fe tranquilidad, serenidad, huir de los ajetreos del mundo… Pero, la vida de un discípulo de Jesús no puede salirse del mundo, pues al mundo fue enviado Él y al mundo nos envía Él. Dejarnos guiar por el Espíritu Santo es complicarnos la vida como se la complicó Jesús, pero haciéndolo desde la paz, la alegría y la valentía con la que vivió el Señor y que solo Él puede darnos.

Francisco Cruz Rivero sscc