“DIOS ES AMOR” (4 – JUN)

San Juan (21,20-25):

Terminado el tiempo de Pascua, tras la fiesta de Pentecostés, al retomar el tiempo ordinario, la liturgia pone el foco este primer domingo en la Trinidad. Esto no es por casualidad o por azar.

Abrimos con el Adviento el año litúrgico, recorriéndolo hasta el domingo pasado desde la promesa del nacimiento de Jesús hasta su Ascensión y el envío del Espíritu Santo. Jesús se muestra como el camino, la verdad y la vida. Es decir, como el que nos revela a Dios, como el mediador entre Dios y los hombres, como el salvador o redentor, que nos comunica la Vida. Así, ante el misterio de Cristo, que se nos muestra, descubrimos quién y cómo es Dios, cómo se relaciona con nosotros y qué nos propone.

Llegados a este punto la Iglesia puede afirmar su creencia en que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, es Trinidad, tres personas y un solo Dios. Este misterio, como otros muchos aspectos de la fe, que estaba velado antes de Jesucristo y del envío del Espíritu Santo, se nos revela. Pero, no se nos desvela totalmente, continúa siendo un misterio para nosotros. Se nos manifiesta para nuestra salvación.

Con en el Evangelio de hoy, probablemente un texto clave y sintetizador de todo el mensaje de la Buena Noticia, podemos tomar conciencia, admirarnos y agradecer este misterio.

Por una parte, se nos recuerda que todo lo que celebramos es un misterio de amor. La causa de la acción de Dios en nuestro mundo es su amor gratuito, inmerecido, insondable, inmenso… hacia su creación, hacia nosotros. Jesucristo, nos revela que Dios es amor.

Por otra parte, y como consecuencia de lo anterior, la intención de Dios no es que el hombre perezca, sino que se salve. Jesucristo se manifiesta como salvador y como el que nos invita a la Vida plena, a la comunión con Dios, fuente de la Vida.

Estas grandes afirmaciones nos devuelven algo sobre nosotros, sobre nuestro estado y sobre nuestro mundo. La situación del hombre es la de un ser caído, necesitado, perdido. Dios solo quiere rescatarnos de esa situación y darnos la Vida. Creer en el Dios de Jesucristo, es creer en el Dios que nos ofrece la Vida, ofrecimiento que ya está hecho y al que nos vamos adhiriendo y adentrándonos a lo largo de nuestro progresar espiritual.

Que lejos queda la creencia y el miedo a Dios como aquel que nos castiga o nos manda al infierno. Ya convertimos este mundo en infierno, si no que se lo pregunten a tantos millones de sufrientes que hay en el mundo. Todos tenemos de una manera y otra experiencia de ello. Dios nos ha enviado a su Hijo para abrirnos el cielo, la comunión divina. En nosotros está adherirnos a ese misterio donador y transformador de vida. Dios nunca es el problema del hombre, siempre es la solución para el hombre.

Contempla el misterio que se manifiesta hoy. Deja que se haga experiencia en todo tu ser, que atraviese hasta lo más profundo de tus entrañas. Esta experiencia desborda de alegría y gozo y lleva a dar gloria y alabanza al Señor, como hace el salmo de este domingo. La liturgia de la Iglesia, la Eucaristía, es acción de gracias por este misterio que se nos revela en Jesucristo. Es expresión de alegría y alabanza para quien lo ha descubierto y lo va experimentando.

Esta experiencia es la que lleva a repetir una y otra vez a Jesús a sus discípulos que no tengan miedo. Y también es lo que lleva a Jesús a levantar y dar vida a todo el que está caído. Por eso, la tarea de sus discípulos, nuestra tarea, es dar vida, porque estamos llenos de Vida.

No hay vida sin aliento. No hay Vida sin el Espíritu Santo. Todavía resuena la Secuencia de Pentecostés, en la que rogábamos el domingo pasado “Ven, dulce huésped del alma”.

Hoy celebramos al Dios amor y fuente de vida para nosotros (Padre), al Dios con nosotros (Hijo), al Dios en nosotros (Espíritu Santo). Deja que te desborde, te plenifique. Glorifica al Señor con tu vida, transparenta su luz y su amor en nuestro mundo.

Francisco Cruz Rivero sscc