“ESCUCHAR A DIOS” (25 – jun)

San Mateo (10,26-33):

Al escuchar el evangelio de hoy, podemos pensar que quizás nuestra vida de fe habría sido más fácil si como los discípulos hubiéramos «visto y oído» a Jesús en primera persona. Muchos nos habremos preguntado alguna vez: ¿Cómo se escucha a Dios? o mejor, ¿Cómo sabes que lo que escuchas, es a Dios? El evangelio de hoy me invita a pararme en una frase:

«Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea.»

Escuchar a Dios no tiene nada que ver con apariciones, o voces externas que se nos presentan y de las que no se puede dudar. A Dios se le escucha con la propia voz, en la propia vida y con el propio corazón. Con lo que sé, y con lo que soy, por eso a veces nos resulta tan desquiciante permanecer en silencio, rezar sin saber muy bien qué estoy esperando que suceda. Estos versículos del evangelio, nos ofrecen una pista muy obvia y quizás por ello muy olvidada. Dios es un «otro», con el que establecemos un diálogo. La oración es diálogo, y para eso hay que dejar a Dios ser Dios, de lo contrario manipularemos sus palabras. La oración necesita de soledad y silencio, «lo que os digo de noche…»; la oración se pone a prueba a menudo en el tiempo de la oscuridad, cuando el silencio me inquieta y me hace dudar de que haya un «otro» ahí conmigo. La oración es un diálogo, una palabra que se «escucha al oído», pues es solo dicha para mí, aquí y hoy. No es un conjunto de recetas ni de recomendaciones iguales para todos, sino una conversación con quien sabemos nos quiere.

La oración me lleva a Dios, si tengo la paciencia suficiente y el valor para esperar aun cuando no siento ni oigo nada. Cuando me desprendo de todas mis seguridades y confío en que, al saltar al vacío, Alguien me recogerá. Solo así dejaré que Dios se muestre como quiera, y descubriré que es Él y no yo quien le habla a mi corazón, (y el mayor regalo es que sabré que lo que oigo, no me lo estoy inventando), solo así podré salir al mundo a contar la verdad más importante de mi vida: que somos amados, que tenemos futuro, que cada uno de los pelos de nuestra cabeza están contados. Quizás hoy sea un buen día para revisar mi forma de rezar, para volver a hacerlo si hace tiempo que no lo hago, para recuperar la relación que me hace capaz de afrontar cualquier cómo que tenga por delante. «No tengáis miedo», dice el evangelio, nada está lo suficientemente escondido como para que no llegue a darse a conocer. Ni siquiera Dios.

Elena Díaz ss.cc.