«LA EXPERIENCIA DE PERDÓN Y EL CÁLCULO DEL SETENTA VECES SIETE. » (17 – SEP)

Al ponerme ante este Evangelio que se nos ofrece hoy, lo primero que me salta a la vista, es la importancia que tiene poder hacer diálogo con Jesús, no callar cuando el corazón se inquieta y necesita hacer preguntas. ¡Qué gran suerte tenemos de contar con un Dios abierto a la relación, al diálogo, un Dios que es comunicación!

¿La lectura de este pasaje a vosotros os dice algo? Yo pienso que nos pone delante de algo muy habitual en nuestro mundo más íntimo y relacional que pide de un diálogo necesario a hacer con este Dios de Jesús, que es el Dios del perdón y el pedagogo en esto aprender a vivir con un corazón de perdonado. Aquí, está la raíz de este pasaje aprender a vivir con el regalo del perdón y ofrecer el perdón a los demás desde esta experiencia de haber sido con amor perdonados.

Es en realidad muy frecuente, que aquellos con los que más rozamos, aquellos con los que compartimos la vida, son aquellos que más nos irritan, con los que con mayor facilidad nos desproporcionamos, aquellos que aun siendo cercanos, queridos, son, sin embargo, con los que más nos enfrentamos, con los que discutimos, o con los que a menudo nos distanciamos. Y, cuando esto nos pasa, nuestro corazón se queda tocado, por cada desencuentro. De ahí, que necesitemos acudir a Jesús y con sinceridad preguntarle: Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano, si me ofende? En nuestra mirada limitada, siempre está el buscar recetas rápidas que nos dejen bien y punto, pero de la palabra de Dios, siempre viene una respuesta que es mayor: setenta veces siete. Y es esta respuesta, lo que nos refuerza no en un cálculo matemático, si no en el SIEMPRE de Dios, en su incondicionalidad. Solo su incondicionalidad nos hace superar nuestros limitados razonamientos y nuestros cálculos inmediatos.

Su incondicionalidad, su Siempre, nos ayuda a tomar contacto con nuestra propia vivencia de haber sido perdonados, y con cómo nos alivia cada vez que después de haber reconocido nuestro error hemos recibido el beso o el abrazo del perdón. El corazón se queda nuevo, cuando te encuentras con ese Siempre de Dios, o cada vez que esa persona querida, cotidiana y con la que siempre entra en conflicto, te ha dado su siempre, perdonándote. La vida retoma su color cuando recibes esa nueva oportunidad sincera e incondicional… y eso va más allá de tener la razón, de haber profundizado en el error cometido, eso sólo habla de Amor. Un amor que no espera ser respondido, un amor que sólo tiene sentido comunicándose, dándose, relacionándose. Y entender así al otro, es lo que nos hace mejores. 

Por eso, en este pasaje, el perdón que Jesús nos ofrece vivir, no tiene que ver con una capacidad o una voluntad que viene de mí, sino de una conversación primera con el maestro, una contemplación serena, que te permita conectar con tu propia experiencia de haber sido perdonado, para así, al ponerte delante de tu hermano, tú, ofrecer ese mismo regalo de amor al otro. El perdón es una Gracia, que, siendo bien recibida, se puede y se nos invita a ofrecer al otro.

Hay otro detalle que el texto ofrece, la pedagogía del ejemplo concreto. En este texto Mateo es muy descriptivo contándonos como hay un hombre, frente a su rey al que mucho le debe, el cual sabiendo cuanto se jugaba, se puso de rodillas, rogó, suplicó, y tras todo esto su rey se conmovió y dice el texto que le dejó ir en libertad. Este funcionario a pesar de haberse arrodillado, suplicado… no aprendió nada de ese perdón recibido, porque en cuanto tuvo ocasión de conmoverse por otro, este fue duro y no ofreció incondicionalidad de amor. Aquí, en esta breve historia, Mateo nos ofrece por tanto  un peligro, un subrayado en la relación de perdón. Y es que a veces, queremos recibir la incondicionalidad del amor por parte de otros, pero no estamos dispuestos a darla. O lo que es peor, confundimos el regalo de haber recibido el perdón, con la idea de que lo merecemos (me lo he currado) porque nos hemos arrodillado, lo hemos suplicado… es decir, colocamos ese perdón recibido en algo que nosotros hemos hecho para conseguirlo y no, en que ese perdón que nos han entregado ha sido regalado por el amor de otro. Teniendo presente cuánto amor hay en el perdón recibido, cuánta incondicionalidad entregada, nos dolerá no entregar amor, nos reducirá la posibilidad de ser hijos por Hijo, en ser meros funcionarios (cumplidores) y nos perderemos ese corazón contento, renovado y alegre de ser Hermanos que, tras preguntar a su Señor, se empapan de ese modo de vivir que consiste en ir ofreciendo amor, perdón, setenta veces siete.

Noemí García ss.cc.

Mt 18,21-35:

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.» El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: «Págame lo que me debes.» El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.» Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?» Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»

Palabra del Señor