ESCUCHAMOS LA PALABRA
Hechos 16, 25-32.
En aquellos días, la gente de Filipos se amotinó contra Pablo y Silas, y los magistrados ordenaron que les arrancaran los vestidos y que los azotaron; después, los metieron en la cárcel, encargando al carcelero que los vigilara bien. A eso de media noche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios. Los presos los escuchaban. De repente, vino un terremoto tan violento que temblaron los cimientos de la cárcel. Al momento se abrieron todas las puertas, y a todos se les soltaron las cadenas. El carcelero se despertó y, al ver las puertas de la cárcel de par en par, sacó la espada para suicidarse, imaginando que los presos se habían fugado. Pero Pablo lo llamó a gritos, diciendo:
–No te hagas daño alguno, que estamos todos aquí.
El carcelero pidió una lámpara, saltó dentro, y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas; los sacó fuera y les preguntó:
–Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?
Le contestaron:
–Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia.
Y le explicaron la palabra del Señor, a él y a todos los de su casa. A aquellas horas de la noche, el carcelero los tomó consigo, les lavó las heridas, y se bautizó en seguida con todos los suyos; los subió a su casa, les preparó la mesa, y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios.
REFLEXIÓN
Ahora reflexiona sobre si en algún momento te has sentido “encerrado” y Dios te ayudó. No encerrado físicamente, sino encerrado tu corazón hacia alguien, encerrada tu cabeza ante un problema, encerrado hacia una persona simplemente por su aspecto o su forma de ser…
Cuando nos sentimos así y nuestro corazón o nuestra cabeza se cierra a los demás prueba a pedir fuerza a Dios para perdonar, para ayudar, para comprender, para aceptar… y Dios te ayudará a salvarte porque tuviste fe.
Terminamos rezando juntos un Padrenuestro.
Hecha por Iria y Marta.